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“Me inventé todo el cuento”

El Tribunal del Pueblo… ¡Y el de Arriba!

Aunque apenas alcanzaba los 50 años, el señor tenía un aspecto frágil y delicado. Se movía y expresaba como un anciano de 70. En su traje naranja de recluso y con amarras se veía más impotente. Era difícil entender sus palabras entrecortadas. “Yo no hice nada de lo que me acusan. Es todo un mal entendido. Hablen otra vez con mi esposa y la muchacha. Más bien, yo fui el agredido.” La parte policiaca acusaba lo contrario. Cuando la policía llegó, la muchacha de 15 años, que tenía aspecto de 22, furiosa contó como su papá la había empujado contra la pared, golpeado en la cara a puño cerrado, y luego aporreado con un palo varias veces en la cabeza. Eran serias acusaciones, delitos graves, y con agravante por el uso de un arma (el palo de escoba). Pero ahora en el tribunal el acusado se afrontaba a muchos años de prisión. Una señora se me acercó y dijo que quería hablar con el abogado. Con ella había una muchacha adolescente en pantalones de mezclilla y sweater. “Es que yo soy la víctima”, dijo la chica. “Pero las cosas no pasaron como dice la policía. Yo le agredí a mi papá. Es que no quería limpiar mi cuarto. Yo me enojé con él porque no me dejaba quieta. Me inventé todo este cuento para que no se metiera más conmigo pero ahora estoy arrepentida de lo que hice…”
Muchas veces las víctimas de abuso físico o sexual se desdicen cuando ven que sus acusaciones traerán graves consecuencias al perpetrador del delito. Por más verdaderas que sean las acusaciones, tratan de retirarlas. Pero también hay otras presuntas víctimas que acusan falsamente. Cuando ven que sus mentiras causarán mucho daño al papá, al tío, al abuelo en vano intentan retirar sus acusaciones. Muchas veces una persona falsamente acusada es condenada hasta cadena perpetua por delitos que jamás cometió.
En el tribunal de arriba todas las acusaciones en contra nuestra son ciertas. Pero no son las acusaciones de algún chismoso. Son verdaderas porque vienen de parte de la ley de Dios que jamás falla en su peor acusación: “No amas a tu prójimo, de hecho lo aborreces”. Debido a que toda la ley de Dios se resume en “Amarás a tu Dios y a tu prójimo”, todos caemos bajo su sentencia: “¡Culpable!” “¡Muerte eterna!” Es entonces cuando se aparece nuestro abogado defensor Jesucristo. Él dice: “Yo me declaro culpable a tu favor. Entonces sube a una cruz. La Ley lo encuentra, y allí en cuerpo ajeno, somos condenados y castigados. No porque lo merecemos, sino porque somos amados. Él sí cumplió la Ley de amarnos, y amarnos hasta la muerte. Dice la Escritura que nos amó, y nos “amó hasta el fin” (Juan 13:1). Dios no retira los cargos. Él mismo sufre el castigo. Porque nos ama. ¡Ni siquiera nos imaginamos cuánto nos ama!
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haroldocc@hotmail.com. Historia modificada para protección de identidades.

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