
“Me dejó en la calle, en ese sol ardiente con mi niño”
La joven pareja tenía un niño de cinco años. El esposo, en vez de encontrar felicidad en su esposa y su niño, se dedicó al alcohol, las drogas, y las mujeres. Una de sus ventas de drogas salió mal y quedó debiendo $20,000 USD al traficante, quien lo amenazó de muerte. No pudiendo saldar la cuenta decidió viajar a los Estados Unidos con su esposa y niño. En el nuevo país los problemas no cesaron. Él tomaba más y por cualquier cosa amenazaba con deportar a su esposa y quitarle el niño. Fue un reino de terror: golpes, maltrato verbal, humillaciones, violación sexual. Ella le rogaba que dejara el alcohol. Él, más violento y tomador. Finalmente la botó de la casa. Ella había salido al mercado y cuando regresó, no la dejó entrar. Afuera la temperatura estaba en 112 F. “Lárgate. Ahora te van a deportar, la policía te va a encontrar, te van a acusar de maltrato infantil, y ¡nunca más podrás molestarme!” Con solo lágrimas para saciar su sed comenzó a caminar por la calle ardiente. Recordó una unidad de bomberos en la cercanía. Les contó lo que había pasado. Los bomberos llamaron a la policía, quienes de inmediato la llevaron a una casa de refugio para mujeres víctimas de maltrato. Sus pesadillas nunca se cumplieron. Encontró refugio y gracia donde menos lo esperaba.
La Escritura relata que Abraham, en un desliz moral con Agar, la sierva de su esposa, concibió al niño Ismael. Dios había prometido heredero a Abraham, pero por medio de su esposa Sara. Pero ella era estéril, y el niño concebido no trajo la felicidad esperada. Las cosas no marcharon bien: Gritos, humillaciones, desprecios, rencores, frialdad. Hasta que Sara le dijo a su marido: “O ella, o yo”. Abraham despidió a Agar con su niño Ismael. Quedaron desamparados en el calor del desierto. La Escritura relata: “Pero Dios escuchó la voz del niño, y el ángel de Dios bajó desde el cielo. Él le dijo: «Agar, ¿qué te pasa? No te asustes, Dios ha escuchado el llanto del niño. Ponte de pie, levanta al niño y reconfórtalo. De él haré una gran nación». Después Dios permitió que ella viera una fuente de agua. Así que ella fue, llenó su recipiente de cuero con agua y le dio de beber al niño” (Génesis 21:17,18). La misericordia y gracia de Dios también alcanza a los que son hijos del pecado, a los abandonados, a los humillados, a los despojados, despreciados, desterrados, que sufren hambre y sed. Dios escucha el llanto de estos niños, y de sus padres. “El Dios que hizo el mundo… por medio de la sangre de Cristo nos has redimido de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Hechos 17:24; Apocalipsis 5:9). Ánimo. Esa lista te incluye a ti y tu familia.
Por: Haroldo Camacho, Ph.D., Intérprete Judicial. Narración modificada para proteger identidades. Informes: haroldocc@hotmail.com.