Lucha libre en el tribunal

Lucha libre en el tribunal

“Y ¿qué dice la madre de estas acusaciones?” “Su señoría es verdad. A pesar de todo lo que le dijeron la vez pasada, que estaba en libertad condicional, que tenía que ir a la escuela, que no podía salir de la casa después de las ocho, todo lo hace al revés. ¡El colmo es que ahora esta niña de 16 años tiene 7 semanas de embarazo! Y dice que ni siquiera sabe quién es el papá!” La señora ya no podía suprimir el llanto. Al frente, junto al abogado, la joven se miraba las uñas. “No, su señoría”, añadió la oficial de libertad condicional. “El colmo es que esta mañana dio una prueba de sangre sucia con marihuana”. “Creo que tiene razón”, añadió el juez fríamente. “Tendremos que consignarla al reclusorio juvenil. Hay que protegerla y también a su criatura”. Mientras hablaba, la alguacil se colocó detrás de la joven, tomó sus manos, las llevó a sus espaldas. Pero tan pronto la chica sintió el frío de las esposas, dio un salto, empujó la alguacil, tomó dos pasos hacia la puerta, donde estaba otro alguacil que también intentó sostenerla para que no se escapara. Finalmente entre cuatro policías la tumbaron al piso, la sostuvieron tratando de no maltratar su vientre, mientras la chica se retorcía dando aullidos mezclados con todas las palabras vulgares de la calle. Finalmente lograron esposarla. Sus aullidos se perdieron en la distancia.
A veces, Dios tiene que hacer así con nosotros. Tumbarnos. Nos lastimamos a nosotros mismos y a nuestro prójimo. Entonces, mediante las circunstancias de la vida nos tumba de nuestro caballito. Pataleamos, maldecimos, nos retorcemos de enojo, plena lucha libre contra Dios. ¡Qué absurdo! ¡Pelear contra Dios! Hubo un hombre a quien Dios tuvo que tumbar de su caballo. Saulo de Tarso. La Escritura relata que por todas las ciudades iba asesinando a cristianos por la simple razón de confesar su fe en Cristo, que en la cruz Jesús había perdonado sus pecados. Los perseguía porque causaban estragos y pérdidas económicas, porque la religión oficial enseñaba que sólo siguiendo los reglamentos de la religión, podían estar bien con Dios. Pero los cristianos sólo confesaban el nombre de Jesús para el perdón de sus pecados. Saulo los destruía. Hasta que Dios lo tumbó de su caballo. Literalmente. Con una gran luz, cayó ciego. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Trató de hacer lo imposible: luchar contra Dios. La buena nueva es que Saulo se convirtió en uno de los más fieles apóstoles de la fe cristiana. A veces los que más luchan, son los más fieles devotos. “Es más”, escribió Pablo, “creo que nada vale la pena comparado con el invaluable bien de conocer a Jesucristo, mi Señor. Por Cristo he abandonado todo lo que creía haber alcanzado. Ahora considero que todo aquello era basura con tal de lograr a Cristo” (Filipenses 3:8). ¿Te atreves a una pequeña lucha contra Dios?
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