
Libros Nunca Escritos
Escribir un libro es un trabajo mental, publicar un libro es un trabajo operativo, lograr que el libro se distribuya y venda es un trabajo monumental, pero imaginar libros no escritos y transformarlos en Best Sellers es un trabajo mágico…
Existen miles de títulos de libros que nunca salieron de la imaginación de sus creadores, libros que nunca vieron la luz, pero que son tan famosos como si los lectores pudieran discutir sus tramas y argumentos.
Libros mágicos, libros proféticos, libros interestelares, libros sarcásticos, libros blasfemos, son todos incunables apetecibles por los más importantes coleccionistas, pero en realidad son libros nunca escritos… ahora veremos varios ejemplos…
Arthur Conan Doyle quien transformo a su famoso personaje en escritor, ya que el detective de ficción Sherlock Holmes, empleaba su tiempo libre en tocar el violín y en escribir tratados en los que compilaba su sabiduría. Entre las obras supuestamente escritas por el detective figuran títulos como:
-El arte de las pesquisas, sobre las diferencias entre las cenizas de diversos tabacos
-La utilidad de los perros en el trabajo del detective
-Acerca de la escritura críptica.
Estos libros de haber existido hoy serían clásicos de la criminología.
Howard Philip Lovecraft en su relato “El sabueso”, publicado en 1922, hace referencia a “El Necronomicón”, un libro encuadernado en piel humana y escrito con sangre, blasfemo y maldito (con la facultad de enloquecer a todo desdichado que osara leerlo). El auto ficticio de este libro era Abdul Alhazred, un árabe del siglo XII, que enloqueció tras pasar cuatro años vagando por unas cuevas subterráneas. A tal punto los lectores estaban convencidos de la existencia de “El Necronomicón” que el propio Lovecraft confesó en 1943 públicamente que el libro blasfemo no existía y era una invención suya, para darle credibilidad a sus relatos terroríficos. Incluso Jorge Luis Borges relató que a los dieciséis años, fascinado por la obra de Lovecraft, recorrió las bibliotecas de Buenos Aires buscando el libro maldito, que nunca consiguió.
Jorge Luis Borges no se quedó con las manos vacías y tomo revancha creando muchos libros imaginarios como “Examen de la obra de Herbert Quain” y “Pierre Menard, autor del Quijote”, en las que el escritor analiza las obras inexistentes de unos autores a su vez inexistentes. Pero Jorge Luis Borges y su amigo Bioy Casares fueron más allá, inventaron un escritor, H. Bustos Domecq y se tomaron la libertad de escribirle varios libros. ¿El resultado? Los lectores creyeron en la existencia de dicho autor y se acercaron a las librerías en busca de la antología de Bustos Domecq. Borges y Casares habían llevado el arte de crear libros imaginarios a su máxima expresión.
Emile Boit Bailley un poeta francés de finales del XVII aficionado al ocultismo creo, en su imaginación, “Las estancias de Dzyan”, un texto escrito y encriptado por seres interestelares, un compendio de conocimientos cuya revelación, destruiría los pilares de nuestra civilización, introduciendo la posibilidad de que bajo la cordillera del Himalaya existiera una cripta subterránea donde un grupo de maestros de la sabiduría custodiaban una biblioteca repleta de libros prohibidos. Un relato de ciencia ficción en cuya veracidad creyó mucha gente. Siglos después Lovecraft y Bailley copiaron la idea para dar veracidad a sus ficciones.
John Donne, poeta británico, que en 1650 imagino un supuesto catálogo formado por treinta y cuatro volúmenes atribuidos a autores célebres (como Pitágoras) y con títulos tan apetecibles como “Propuesta para la eliminación de la partícula NO de los Diez Mandamientos”, supuestamente escrito por el padre del protestantismo, Martín Lutero.
Renier-Hubert Ghislai Chalon, militar retirado, hizo circular en 1840 por las librerías de Bélgica y Francia, que estaba a la venta un catálogo proveniente de la biblioteca del conde J. N. A Fortsas, formado por cincuenta y dos incunables literarios, que incluía obras atribuidas a Cicerón. Aquel tesoro (el sueño de todo coleccionista) nunca existió, los títulos y el contenido de los libros, del ficticio catálogo, habían sido imaginados por el militar retirado.
François Rabelais (1494-1553) usó en su obra Gargantúa y Pantagruel libros imaginarios para satirizar las costumbres de su época. Así, Pantagruel leía “EL arte de las ventosidades en público”, “El arte de manejar el esfínter” y “Manual para poner colocar supositorios”
Sé que los lectores recordaran muchos otros… Como vemos en literatura todo es posible…