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La Muerte de Dios

Fue en julio de 1882 cuando apareció en Alemania el libro “La Gaya Ciencia” con esta frase en su interior: “El mayor acontecimiento reciente –que “Dios ha muerto”, que la creencia en el Dios cristiano ha caído en descrédito– empieza desde ahora a extender su sombra sobre Europa”. Su autor era, Friedrich Nietzsche, un filósofo disidente del cristianismo.
Hoy, cerca de 140 años después, el Dios judeo-cristiano, cuya defunción anunció Nietzsche, goza de buena salud y sus seguidores crecen incontenibles en África, Latinoamérica y hasta en la China, en un fenómeno que ya acumula décadas. Intelectuales de la talla de Peter Sloterdijk, Gianni Vattimo, Jürgen Habermas, Giorgio Agamben, Karen Armstrong, Harvey Cox, Walter Kasper, Peter Berger, Pipa Norris, Ronald Inglehart, Craig Calhoun, Mark Juergensmeyer, Jonathan VanAntwerpen y James A. Beckford, hablan del “retorno de la religión”.
Este renacimiento teísta podría resultar sorprendente, pero no lo es. ¿Ha pensado alguna vez que pasaría si, seriamente, nos proponemos vivir sin la idea de un Dios personal e inteligente?..
Para empezar, no sabríamos de dónde venimos (ni tendríamos cómo definirlo) y, en consecuencia, no sabríamos quiénes somos. Salvo que inventemos la disparatada teoría de que todo apareció por casualidad más tiempo, algo que requiere más fe para creerse que el mismo teísmo, y que implicaría muchas mentiras y financiamiento para propagarse masivamente. Y, cómo no sabríamos quiénes somos, tampoco podríamos definir nuestro propósito. Seríamos, como dijo Jean-Paul Sartre, “esclavos de nuestra libertad”.
No habría, tampoco, una base absoluta para diferenciar lo bueno de lo malo, ni una para el amor, la familia o los valores. No sabríamos por qué le tememos a la muerte, ni por qué anhelamos la eternidad. Así que tendríamos que inventarle un sentido a todo, sabiendo que este sentido sería sólo temporal. Porque, luego, vendrían otros a cambiarlo según sus criterios, y luego, otros, y otros… Cualquier parecido con la realidad actual, NO es pura coincidencia.
El hecho es que ya estamos en pleno siglo XXI y nunca surgió el “Übermensch” (superhombre) anunciado por Nietzsche, como reemplazo a Dios, en su libro “Así habló Zaratustra” (1883). Lo que sí surgió de su pensamiento fue la justificación teórica del Nazismo, con la idea de la raza superior, que desencadenó la segunda guerra mundial y sus 50 millones de muertos en promedio.
Al final, no fue Dios el que murió. Fue el hombre, arrojado por su fanatismo iconoclasta al vacío del absurdo.

 

It was in July 1882 that the book “The Gay Science” appeared in Germany with this phrase within it: “The greatest recent event – that “God is dead”, that belief in the Christian God has fallen into disrepute – is now beginning to spread its shadow over Europe.” Its author was Friedrich Nietzsche, a dissenting philosopher of Christianity.
Today, nearly 140 years later, the Judeo-Christian God, whose death Nietzsche announced, is in good health and his followers grow uncontainable in Africa, Latin America and even China, in a phenomenon that already accumulates decades. Intellectuals such as Peter Sloterdijk, Gianni Vattimo, Jorgen Habermas, Giorgio Agamben,Karen Armstrong, Harvey Cox, Walter Kasper, Peter Berger, Pipa Norris,Ronald Inglehart, Craig Calhoun, Mark Juergensmeyer,Jonathan VanAntwerpen and James A. Beckford, talk about the “return of religion.”
This theistic renaissance might prove surprising, but it is not. Have you ever thought about what would happen if we seriously set out to live without the idea of a personal and intelligent God?
For one thing, we would not know where we’re from (or have how to define it) and therefore we wouldn’t know who we are. Unless we invented the crazy theory that everything was born by chance, something that requires more faith to believe itself than the same theism, and that would involve many lies and funding to spread massively. And, how we wouldn’t know who we are, we couldn’t define our purpose either. We would be, as Jean-Paul Sartre said, “slaves of our freedom.”
There would be, neither, an absolute basis for differentiating the good from the bad, nor one for love, family, or values. We wouldn’t know why we feared death, or why we crave eternity. So, we’d have to make sense of everything, knowing that this sense would be only temporary. Because then others would come to change it according to their criteria, and then others, and others. Any resemblance to the current reality is NOT pure coincidence.
The fact is that we are already in the 21st century and never arose the “Abermensch” (superman) announced by Nietzsche, as a replacement for God, in his book “Thus Spoke Zaratustra” (1883). What did arise from his thinking was the theoretical justification of Nazism, with the idea of the superior race, which triggered the second world war and its 50 million dead on average.
In the end, it wasn’t God who died. It was man, thrown by his iconoclastic fanaticism into the void of absurdity.

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