
La Mejor Cara
Pláticas Entre Padres
Anoche fui a la fiesta de disfraces en la escuela de mi niño de 7 años. Ya en la entrada un muñeco monstruo nos daba la bienvenida y pasamos bajo un arco que representaba sus inmensas fauces con unos horrorosos colmillos. Detrás de los ojos del monstruo unas luces rojas titilaban pavorosamente. Y ahí estaba el desfile de niños con sus disfraces. Digamos una pasarela. Estaba Cinderela, con cabello rubio, corona, vestido largo decorado con muchos detalles. Había astronautas, niñas vestidas de brujas, los muñecos de Minecraft, payasos, gordos, flacos, animales… Había también el payaso de la muerte, con moto sierra de juguete que se prendía, la cadena daba vueltas. El payaso estaba manchado de sangre. La madre muy orgullosa de tener a su niño disfrazado del payaso asesino. ¿A qué padre se le ocurre tal cosa?
Pero en su mayoría, eran disfraces divertidos, padres y niños alegres. Había un DJ tocando música. Los niños más chiquitos eran los que bailaban, los más grandecitos y los padres muy apenados apenas disimulaban que se movían. Había comida, pizza, nachos, bebidas, galleticas de chocolate, dulce de algodón. También se hizo el concurso de disfraces: el más cómico, el más creativo, el que más asustaba. Y al fin se acabó la fiesta. Todos los disfrazados se perdieron en la oscuridad camino a sus carros y sus casas.
Los psicólogos dicen que los disfraces son extensiones de nuestra personalidad que presentamos mediante nuestro disfraz. De hecho, no todos los disfraces son de tela o plástico. La mayoría de los disfraces son los que usamos cada día, la cara que ponemos para disfrazar nuestros verdaderos sentimientos, emociones, intenciones, gozos o tristezas. En el hogar, pensamos que disfrazamos nuestros verdaderos sentimientos. Pero son nuestros propios hijos los que nos han visto todas nuestras caras. Nos han visto la cara de monstruos horribles cuando nos enojamos con ellos. Nos han visto la cara de ángeles cuando les damos mimos y cariños. Nos han visto la cara de preocupados cuando estamos enfermos, o hay algún problema. Ellos conocen todas nuestras caras y caretas.
Ha habido un solo ser humano que no tenía disfraz alguno, pues no tenía nada que esconder. Jesucristo, hijo del hombre, Hijo de Dios. Aún más, fue el único que se pudo presentar ante Dios sin disfraz alguno. Pues si hoy mismo te presentaras ante Dios, ¿qué disfraz te pondrías? ¿Acaso no conoce Dios también todas nuestras caras? Por eso, Jesucristo nos dice, “No pretendas poner cara buena ante Dios, porque Él te conoce mejor que tú. Déjame que yo me presente en tu lugar, pues para eso vine, y vivo hoy. Tú mejor cara ante Dios es la mía”. Nuestra cara y nuestra vida es todo un disfraz ante Dios. Por eso Él tuvo que poner la suya por la nuestra. “Porque el Hijo del Hombre vino para buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
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