
“La mano le temblaba con la navaja…”
“…a pocas pulgadas de mi garganta. En eso entró la niña de 11 años, y le gritó, ‘¡Papá! ¿Qué estás haciendo? ¡Suelta a mi mamá!” Después de más de 30 años interpretando en los tribunales todavía vivo esos terribles momentos con los testigos. En esta ocasión la señora daba su testimonio ante el jurado del abuso que su esposo borracho le propinó en esa ocasión. La había tumbado al suelo, y poniendo su rodilla sobre su pecho, sacó la navaja y amenazaba con matarla. “¡Yo sé que tan pronto salgo a trabajar, se meten hombres aquí contigo! ¿Quiénes son?” Y seguidamente describía que la obligaba a tener relaciones con el tufo de licor cubriendo toda su cara. Las palabras apenas podían salir entre los sollozos y gemidos. El acusado a cierta distancia miraba impávido hacia otro lado. Al fondo de la sala, en la audiencia, una sardónica sonrisa se dibujaba sobre el rostro de la amante del acusado. Pareciera que disfrutaba el dolor de la mujer envuelta en sollozos. “Esto pasó más de una vez, señor juez. En otras ocasiones a pesar de mi terror, yo le decía que él siempre había sido mi único hombre. Pero me respondía con cachetadas al rostro que dejaban sus dedos pintados en mi rostro por varios días. Con esto me pagaba los 17 años que estuve con él y los 5 hijos que le di”.
Siempre he visto un paralelo entre la pasión de Jesucristo y los casos de maltrato a la mujer, aunque también incluimos en algunos casos también al hombre. Jesucristo sufrió maltrato “hasta la muerte” en solitario, y por sus hijos. Jesucristo sufrió las falsas acusaciones, la ira descontrolada, en su cuerpo justo e inocente. Todas estas cosas la esposa y madre también las sufre inocentemente y sin culpa alguna. No es que debe ser así, sino que por nuestra desgracia así son las cosas. Pero el sufrimiento de Cristo fue para liberarnos del nuestro. Fue humillado, avergonzado, maltratado con el tufo de nuestros pecados, hasta sufrir la muerte. Todo ser humano que sufre maltrato en manos de otro no tiene que quedar sumido en el pozo de su desgracia. Con frente en alto, puede erguirse, y osadamente decir a su victimario, “Jesús, el Hijo de Dios sufrió mi vergüenza para que yo no tenga que vivir en humillación, desprecio y maltrato.” Dicen las Sagradas Escrituras, “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1). Aunque esta advertencia del apóstol es para que los creyentes vivan por la fe y no por la esclavitud de incontables obras y ceremonias, también es para que todos vivamos en libertad. La próxima vez que alguien ponga un cuchillo a tu garganta – no importa cómo, cuándo, y porque – recuérdalo: “¡A libertad fuiste llamado!” Ah, pero que tampoco tiemble tu mano sobre el cuello de otro…
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