
“La Ley no le cobra este Delito”
Pálida, cabizbaja, entró la señora al tribunal de tránsito. Detrás de ella una joven, con ojos furtivos, como tratando de entender su entorno. Se sentaron en la primera fila donde yo les ayudaría con la traducción de la diligencia judicial. Al saludarlas, caí en cuenta que la joven, tal vez de unos 12 años, tenía las características físicas de Síndrome de Down. Antes de comenzar la sesión, la señora me tomó del brazo y me dijo, “Dígale al juez que el policía me dio esta boleta porque mi niña no tenía puesto el cinturón de seguridad. Pero ella tiene Down, y no sabe lo que hace. Cuando se pone nerviosa se lo quita y después no se lo puede poner. Dígale por favor que nosotros no tenemos con qué pagar la multa”. Mi función en el tribunal es traducir. No puedo fungir de abogado. La señora me pedía algo que no podía hacer. Miré a la niña, y quise intervenir a su favor. En eso entró el juez y comenzó a pasar lista. La señora insistía susurrando, “Dígale, dígale”. Finalmente, el juez pasó lista su nombre. Al llegar a la mesa de los acusados me insistía aún más. El juez la miró rápidamente, y luego leía un escrito detenidamente. En eso alcanzó un gran libro del Derecho de Tránsito, ojeando unas páginas. Luego se detuvo leyendo. Mientras tanto, la señora me seguía insistiendo. Finalmente el juez le dirigió la palabra: “Señora, la ley no le cobra este delito. La causa queda sobreseída. Se puede retirar”. La señora me miró con ojos de asombro. Le dije, “Señora, el juez no ha tomado en cuenta su delito, se puede retirar”. “Y, ¿cuánto tengo que pagar?” “Nada señora. La ley no le cobra el delito. La niña con Down entendió antes que su mamá. Sus ojos se abrieron, y su cara triste cambió a una gran sonrisa. Tomó a su mamá de la mano, y las dos salieron felices de la sala.
Esa es nuestra condición ante Dios. La Escritura dice, “Dios no nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades. Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente. Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro” (Salmo 103:10-14). La ley mira nuestros delitos y pecados. Los condena, pero por la gracia de Dios no nos cobra los delitos. Nos absuelve. La Ley declara que ya nuestros delitos fueron castigados en cuerpo ajeno, en la persona de Jesucristo. Aunque queremos pagar, no podemos. No tenemos lo suficiente con qué pagar lo que debemos. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”. Esa promesa es tuya. Confiésalo con tu gozo, y la paz de tu corazón.
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