
Hoy, no es exactamente Hoy… Mentiras y Fallas de nuestro Calendario
Para empezar Octubre era el mes 8, Noviembre el mes 9 y Diciembre el mes 10
Todos sabemos que Octubre es el décimo mes del año. Sin embargo su nombre proviene del Latín que significa “octavo mes”, mientras que Noviembre significa “noveno mes”. ¿Cómo el mes 10 puede llamarse 8 y el mes 11 llamarse 9? ¿Acaso se equivocaron los que elaboraron nuestro calendario?
Los historiadores consideran que para el año 4241 a.C., los egipcios usaban ya el calendario más exacto de la antigüedad. Tenían un año que estaba dividido en 12 meses cada uno de 30 días y tenían además 5 días adicionales. Los romanos por su parte habían introducido, hacia el siglo VII a.C., un calendario en el que el año duraba 304 días divididos en 10 meses. En este calendario, el año en realidad comenzaba en el mes de Marzo. El nombre en Latín de estos meses eran Martius, Aprilis, Maius, Lunius, Quintilis, Sextilis, September, October, November, December.
Los primeros errores
Como la duración del año de ese calendario de 10 meses era muy distinta al tiempo que en realidad tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol, ocurría que las estaciones no se repetían en las mismas fechas de un año para otro. Por eso en ese mismo siglo se decidió añadir dos meses más, Enero y Febrero, al final de cada año. A partir de esta modificación, el año romano quedó compuesto por doce “meses lunares”, los llamaban así porque la duración de un mes era el tiempo que transcurría entre una luna llena y la siguiente (este periodo es de aproximadamente 29 días y medio) tiempo que ellos calcularon de 30 días.
La llegada del Calendario Juliano
Después de este primer calendario, el imperio romano se guió por el calendario Juliano que entró en vigencia el 1° de enero del año 45 a.C. Este calendario debe su nombre al emperador Julio César quién mandó a sus astrónomos a diseñarlo para corregir todos los errores que se tenían con el antiguo calendario romano. El astrónomo que dirigió el proyecto fue Sosígenes de Alejandría. El calendario fue establecido en todo el Imperio Romano y realmente logró resolver los problemas que se tenían; sin embargo Julio César pudo disfrutarlo muy poco pues un año después de que se adoptara este nuevo calendario, él fue asesinado.
Para que el nuevo calendario realmente coincidiera con la entrada de las estaciones se ampliaron a 15 los meses del año 45 a.C. Esto fue necesario para corregir el retraso de tres meses que se había acumulado con el calendario anterior.
El año del nacimiento de Jesús pasa a ser tomado como referencia
El sistema de numerar los años a partir del nacimiento de Jesucristo, de la indicación A. D. (Anno Domini, año del Señor), se debe a Dionisio el Exiguo en el siglo VI. Concretamente fue en el año 525 de nuestra era, cuando el monje Dionisio el Exiguo introdujo el calendario cristiano, al afirmar que Jesús había nacido el Sábado 25 de Diciembre del año 753 a.u.c. El clero cristiano se apresuró a difundirlo entre la población y situaron el principio de la nueva era, el A.D. 1 (Anno Domini 1) comenzando el Sábado 1 de Enero del año 754 a.u.c. que era el comienzo del primer año tras el nacimiento de Jesús.
Los errores de Dionisio
Sin embargo, Dionisio cometió varios errores. El primero de ellos fue no incluir el año cero que debería situarse entre el año 1 a.C. y el año 1 d.C. Realmente no es muy justo atribuir este error a Dionisio, pues el cero era un concepto matemático desconocido en aquella época en su entorno. A pesar de su buena voluntad, Dionisio cometió otro grave error.
Argumentó que Jesús nació el año 753 después de la fundación de Roma. Sin embargo esto es imposible porque en esa fecha Herodes ya había muerto, (murió en el 750 o 4 aC), y, si nos guiamos por los Evangelios, Herodes era gobernador de Judea cuando nació Jesús. Así pues, Dionisio erró en sus cálculos bíblicos y Jesús debió de nacer como mínimo 4 años antes, quizá incluso más pronto. Este error se originó en que olvidó los cuatro años en los que el Emperador Augusto gobernó bajo su propio nombre: Octavio.
El Calendario Gregoriano
En 1592, los españoles se acostaron el 4 de octubre y se levantaron a día 15 del mismo mes. El salto temporal nada tuvo que ver con fenómenos paranormales, más bien con la rebeldía de un papa reformista que, atento a los informes de un grupo de científicos de la Universidad de Salamanca, decidió darle carpetazo a la cuenta sistematizada del transcurso del tiempo instaurada por Julio César en el año 46 a.C. y adoptar una nueva medida que compaginase la dimensión física y astrológica -el movimiento del Sol y con él, la variaciones de temperatura y luz- y la humana, la social: el calendario gregoriano.
El nuevo calendario gregoriano, bautizado así por tal pontífice -Gregorio XIII-, sustituyó al Juliano, el primero en decantarse por medir el tiempo en función del aparente movimiento del astro rey. Lo hizo a partir de la idea de que la Tierra tardaba más o menos 365 días en dar una vuelta completa al Sol; es decir, que por cada rodeo que daba a la gran estrella, giraba 365 veces sobre sí misma. Ese «más o menos» fue su perdición. Creyendo que el planeta azul tardaba exactamente 365,2422 rotaciones en volver al mismo punto, el sistema implantado por el político y militar romano acordó que cada cuatro años, para subsanar ese margen, se contarían 366. Nacieron así los años bisiestos -los que tienen un día más en febrero- con la intención de corregir el desfase. Pero los decimales estaban mal calculados.
Lo que hizo el calendario gregoriano fue afinar las medidas como más le convenía entonces a la Iglesia, máxima autoridad en el siglo XVI. El nuevo método para llevar la cuenta del paso del tiempo decidió hilar fino, consciente del desajuste entre las fechas del almanaque y los equinoccios. Haciéndole caso a los investigadores salmantinos, mantuvo los años con 365 días y conservó los bisiestos cada cuatro años, pero estableció prescindir de ellos cuando acabasen en dos ceros (cada centenario) y cuando la cifra fuese divisible por 400. Esta reforma, promulgada por medio de la bula Inter Gravissimas, hizo que solo fuese necesario modificar un día cada 3.372 años.
Sin embargo, el cálculo del calendario gregoriano, que prometía puntualidad durante tres mil años, fue perdiendo peso con el paso del tiempo, cuando la sociedad comenzó a sospechar que también los movimientos de la Tierra eran irregulares. Lo son. Desacelera su baile en solitario y, por tanto, su paseo alrededor del Sol debido a la influencia que sobre ella ejerce la Luna, inclinando con las mareas su peso hacia uno u otro lado. Su falta de precisión no es su único inconveniente.
Entraña también algunos problemas en este calendario gregoriano el hecho de que el inicio de las estaciones del año coincida con los solsticios de junio y diciembre, y con los equinoccios de marzo y septiembre, pues el desplazamiento del eje de rotación de la Tierra hace que obligatoriamente las fechas en las que arranca el otoño, el invierno, la primavera y el verano tengan que ir cambiando. Simplificando: cada año nuestro planeta tarda unos 20 minutos más en llegar al punto de su órbita que marca el inicio del estío, con lo que el principio de las estaciones va sufriendo un desfase que, de no ser corregido, acabaría provocando un intercambio de posiciones entre el invierno y el verano.
El calendario gregoriano es también blanco de críticas por su manera de repartir las estaciones. No son pocos los que consideran que sería mucho mejor que el solsticio de junio marcase la mitad del verano y no el inicio, que los días comenzasen a menguar a mitad del estío para que la luz alcanzase su punto álgido en plenas vacaciones y no en su arranque.
Otros rechazan este sistema porque está asociado con creencias religiosas compartidas solo por un segmento de la humanidad y su irregular instauración en los diferentes países europeos ha provocado todo tipo de confusiones, como por ejemplo creer que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día cuando en realidad el escritor español lo hizo diez días antes que el británico.