Horrible Mal, Increíble Gracia

Horrible Mal, Increíble Gracia

Encontré la siguiente historia en un libro para padres.

“Cuando era niño mi hermanita y yo siempre nos peleamos. Un día, yo le pegué un puño al estómago. Cuando ella abrió su boca para llorar, yo agarré un tarro de rociador y le eché el chorro en la boca. En eso entré mi madre, y sin decir palabra alguna, agarró a mi hermanita, salió puerta afuera, tomó el primer taxi y salió corriendo al hospital. Cuando volví, miré el recipiente, era DDT. En aquel entonces todavía se permitía usar ese veneno en los jardines para matar insectos. Me sentí horrible, seguro que mi hermanita se iba a morir. Me fui a mi cuarto bañado en lágrimas. No sabía qué hacer. Una media hora después sentí pasos subiendo las escaleras, y sabía que eran los pasos de mi padre. Me preparé para recibir el merecido castigo. La puerta se abrió. Mi padre vio mi rostro lleno de pesar, remordimiento, dolor, incertidumbre. Luego hizo lo inesperado. Abrió sus brazos en señal de abrazo. Yo corrí hacia él, me recibió con un fuerte abrazo. Escondí mi rostro llorando en su pecho hasta que solamente podía sollozar. Luego me dio la noticia, habían logrado salvar a mi hermanita.”
Esa es la función del padre en el hogar. El niño sabía que su padre lo había castigado antes. Pero en este caso, el perdón y la gracia era más importante para el niño. El niño culpable ya había sufrido enorme castigo con la ansiedad que su hermanita hubiera muerto. El padre tenía que ser más grande con su perdón que con su castigo. Hizo lo más difícil. Perdonó. Abrió sus brazos en gracia. El niño necesitaba saber que su padre todavía lo amaba a pesar de su horrible maldad. Y el niño encontró pecho donde desahogar su culpa, pena, y vergüenza.
Así es Dios con nosotros. “Venid a mí todos los que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar” (Mateo 11:28). “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera” (Juan 6:36). “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.”
Nuestros hijos necesitan saber con nuestros hechos lo que es el amor, el perdón, y la misericordia. De esa manera, estarán unidos en amor a nosotros, y podrán comprender lo que es el amor de Dios para pecadores. Necesitaran esa fe a lo largo de toda su vida.
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