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George Washington: Ejemplo de libertad religiosa

Julia Shaw

En vez de celebrar el aniversario del nacimiento de George Washington, hoy lo hemos englobado junto a desconocidos entre los que se incluyen Millard Fillmore y William Henry Harrison para celebrar un “Día del Presidente” genérico.
Pero George Washington no fue simplemente un presidente. Fue el hombre indispensable de la Fundación Americana. Las palabras, pensamientos y actos de Washington como comandante militar, presidente y líder patriótico posiblemente hacen de él el mayor estadista de nuestra historia.
Todos los presidentes pueden aprender de Washington en cuanto a liderazgo en política exterior, en la defensa del Estado de Derecho y, especialmente en estos momentos, en la importancia de la religión y de la libertad religiosa. Pues aunque la administración Obama afirma que se está “dando cabida” a las inquietudes de los americanos respecto a la libertad religiosa en relación al mandato de Obamacareimpuesto por el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), en realidad está pisoteando la libertad religiosa. El presidente Washington legó un magnífico ejemplo del modo en el que los presidentes deberían manejar dichos conflictos.
Washington sabía que la religión y la moralidad eran esenciales a la hora de crear las condiciones para una política decente. “¿Dónde queda la seguridad para la propiedad, para la reputación, para la vida, si el sentido de obligación religiosa desaparece de los juramentos que son los instrumentos de investigación en los tribunales de justicia?”, se preguntaba Washington.
La religión y la moralidad son, escribió Washington, esenciales para la felicidad de la humanidad: “En un libro no se podrían trazar todas sus conexiones con la felicidad pública y privada”.
Para corresponder a su alta estima de la religión, Washington poseía también una sólida comprensión de la libertad religiosa. La libertad permite la religión, en forma de moralidad y mediante las enseñanzas de la religión, para ejercer una influencia sin precedentes sobre la opinión tanto pública como privada. La libertad religiosa da forma a las costumbres, cultiva las virtudes y proporciona una fuente independiente de razonamiento y autoridad moral. En su carta a la congregación hebrea de Newport (en su momento la mayor comunidad de familias judías de Estados Unidos) el presidente Washington cimentó las libertades civiles y religiosas de Estados Unidos en los derechos naturales y no en la mera tolerancia.
Washington también se enfrentó a los límites de la libertad religiosa. En otra carta, Washington elogió a los cuáqueros por ser buenos ciudadanos pero les reprendió por su pacifismo: “Sus principios y su conducta son bien conocidos por mí y es de simple justicia con las personas denominadas cuáqueras el decir que (excepto por declinar el compartir con los otros su carga en la defensa común) no hay congregación entre nosotros con unos ciudadanos más ejemplares y provechosos”. Sin embargo, Washington, finalizó su carta asegurándoles su “aspiración y deseo de que las leyes siempre se pudieran acomodar ampliamente” a sus prácticas.
Una verdadera acomodación de ese tipo ratifica el Estado de Derecho y la libertad religiosa, ya que permite que los hombres y mujeres de fe sigan tanto la ley como su fe religiosa.
En su carta a los cuáqueros, Washington explicó que el gobierno se constituye para “proteger a las personas y las conciencias de los hombres frente a la opresión”. Además, era el deber de los gobernantes “no sólo abstenerse ellos mismos [de ejercer la opresión], sino, según sus puestos, impedirla en otros”.
Pero el consejo de Washington ha sido ignorado.
Se nos dice que la religión y la política requieren de una estricta separación; que la religión es un impedimento para la felicidad y que por tanto se ha eliminado gradualmente del ámbito público. Se nos dice que las muestras de fe religiosa no dan sustento a la comunidad, sino que son manifiestamente ofensivas para los no adeptos. La Corte Suprema ha respaldado tanto como ha atenuado esta lógica distorsionada. Sin embargo, desde los años 40, la Corte ha constreñido cada vez más la religión y la libertad religiosa. En el mejor de los casos, la religión es un bien privado, pero uno que no debería mostrarse ante los demás. Y además, las creencias religiosas no tienen relevancia en la vida pública.
Se puede ver a dónde nos lleva esta lógica. Con Obamacare, todos los planes de seguros deben cubrir, sin costo para el asegurado, los medicamentos abortivos, los anticonceptivos, la esterilización, la educación como paciente y el consejo a las mujeres en edad fértil. A modo de ilustración de la estrechez de miras de la administración Obama en lo referente a la religión, sólo a las casas formales de culto se les permite una exención de este mandato obligatorio. Muchos otros empleadores religiosos, tales como hospitales católicos, escuelas cristianas y centros confesionales de atención al embarazo están obligados a proporcionar y pagar la cobertura de unos servicios que, por cuestión de fe, encuentran moralmente objetables.
Ni siquiera la recientemente propuesta de “acomodación” a la regla es una acomodación. Como explica Sarah Torre, la corrección sugerida “no abarca a muchos de los empleadores (ni evidentemente a todas las personas) con objeciones morales o religiosas que han de cumplir con el mandato”. Para cumplir con el mandato se requiere que los hombres y mujeres con sentimientos religiosos violen la doctrina de sus iglesias y de sus conciencias. Por tanto, con el presidente Obama, hemos vuelto a la tolerancia religiosa, según la ha definido algún burócrata en algún sitio.
Quizás es por eso por lo que no deberíamos celebrar a todos los presidentes por igual. George Washington “fue el espíritu director sin el cual no habría habido independencia, ni Unión, ni Constitución, ni República”, como expresó el presidente Calvin Coolidge. De hecho, estableció el camino por el que debería discurrir la presidencia de Estados Unidos. Es por eso por lo fue el “primero en la guerra, primero en la paz y primero en el corazón de sus compatriotas”.

La versión en inglés de este artículo está en Heritage.org.

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