Existencia líquida

¿Te has dado cuenta? Hace mucho que ya no somos los mismos, aunque nuestros cuerpos sigan estando aquí y respiremos igual que antes. Y no me refiero los ineluctables cambios que el paso del tiempo nos impone. No. Me refiero a la forma en que entendemos la vida, a nuestra cosmovisión personal, a nuestra existencia misma.
Los fundamentos parecen haber sido conmovidos y hasta diluidos. Estamos en un tiempo en que las certezas se han jubilado y no supimos cómo, ni cuándo. La lógica y el pensamiento objetivo son ahora un recuerdo distante, y han dado paso a conceptos gelatinosos y amorfos que tercamente se quieren identificar con la verdad.
Pero ¿qué es la verdad? ¿dónde está? La hemos buscamos desde los albores de la historia, hasta que decidimos renunciar a su búsqueda. Y también a la verdad misma. Pero no como parte natural de nuestro propio desarrollo sino como resultado de un cruel contrato gestado allá por el siglo XVIII: verdad a cambio de libertad absoluta.
El hombre pensaba que la libertad le traería la felicidad, que siendo dueño de sí mismo y autoproclamándose el centro del universo acabaría con la necesidad de las pétreas certezas que siempre había buscado. Así que aceptó el trato.
Fue el momento en que se hizo renacer la sabiduría greco-romana en el sur de Europa, el momento en que la razón autónoma proclamó la ilustración en los países del norte y, sobre todo, el momento cumbre en que la “diosa razón” fue paseada imponente por las calles de París como símbolo máximo de la humanista revolución francesa. El hombre creía haber triunfado y auguraba un futuro glorioso auto dirigiendo su “evolución”.
Hasta que, pronto, ese optimismo exacerbado chocó con la realidad. La razón no tenía todas las respuestas y pasó a convertirse en racionalismo frío y amoral. El darwinismo convirtió al hombre en un paria inexplicado del universo y la supervivencia del más apto sirvió para justificar la esclavitud, el racismo y la eugenesia, los predecesores de las grandes guerras mundiales. La filosofía se hundió, entonces, en el pantano del existencialismo y terminó exaltando los escapismos sentimentales. La libertad absoluta de la razón terminó convirtiéndose en esclavitud absoluta de las emociones.
Así llegamos a hoy. Sin verdad, sin razón y sin libertad. A este mundo extraño gobernado por una subjetividad sin certezas ni sentido, tratando de explicarnos el porqué de nuestra existencia líquida.

Liquid Existence

Have you noticed? We have not been the same for a long time, although our bodies are still here, and we breathe the same as before; and I do not mean the ineluctable changes that the passage of time imposes on us. No. I mean the way we understand life, our personal worldview, our very existence.
The fundamentals seem to have been shaken and even diluted. We are in a time when the certainties have retired, and we did not even realize how or when. Logic and objective thinking are now a distant memory, giving way to gelatinous, amorphous concepts that stubbornly want to identify with the truth.
But what is the truth? where is it? We have searched for it since the dawn of history, until we decided to give up its search. And to the truth itself too. But not as a natural part of our own development but as the result of a cruel contract conceived back in the 18th century: truth in exchange for absolute freedom.
Man thought that freedom would bring him happiness, that being master of himself and proclaiming himself the center of the universe would end the need for the stony certainties that he had always sought. So, he accepted the deal.
It was the moment when Greco-Roman wisdom was reborn in southern Europe, the moment when autonomous reason proclaimed enlightenment in northern countries and, above all, the peak moment when the “goddess of reason” was imposing stroll through the streets of Paris as the ultimate symbol of the humanist French Revolution. Man believed he had succeeded, and he predicted a glorious future by directing his “evolution.”
Until soon enough, that exacerbated optimism collided with reality. Reason did not have all the answers and it became cold and amoral rationalism. Darwinism turned man into an unexplained outcast of the universe, and the survival of the fittest served to justify slavery, racism, and eugenics, the predecessors of the great world wars. Philosophy then sank into the swamp of existentialism and ended up exalting sentimental escapisms. The absolute freedom of reason ended up becoming absolute slavery of the emotions.
So, we come to today. Without truth, without reason and without freedom. To this strange world governed by a subjectivity without certainties or meaning, trying to explain to us the reason for our liquid existence.