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“Ese no es tu hijo”

Había sido un romance de novela. La niña pobre del pueblo, sobreprotegida por sus padres, rescatada por un príncipe azul que se la trajo a los Estados Unidos. Pronto tuvieron una niña, aunque él quería el hijo varón. Los años les dieron cierta prosperidad, pero a costa de mucho trabajo. Él trabajaba como escolta, chofer, y mandadero de los jefes de una gran empresa. Ella poco a poco se educó, y varios años después les llegó… otra niña. Nuevamente las ilusiones del padre por su hijo varón quedaron rotas. Sus trabajos y cuidados de la casa y por los niños estresaron la relación amorosa de pareja. Siguieron pasando los años. Él trabajando, ella estudiando y capacitándose hasta que alcanzó un trabajo administrativo con una buena empresa. Luego, como de sorpresa, ¡otro embarazo! La esposa lo escondió por varias semanas hasta que pudo tener el escanograma. Con foto en mano le dio la sorpresa a su esposo: “¡Al fin tendrás tu hijo varón!” La alegría se vertió en los preparativos. El esposo no cabía de alegría. A todos les contaba la noticia. Los amigos les dieron “la lluvia” para el bebé. Nació el niño. Le dieron el nombre del papá. Alegrías, risas, e ilusiones con un recién nacido en casa. Pero la alegría de la madre se cambió en depresión: llantos, tristeza, melancolía. Hasta que un día no pudo más. Con lágrimas cubriendo todo su rostro le dijo a su esposo, “¡Perdóname amor, pero ese no es tu hijo!” Ahora se encontraban en el Tribunal del Derecho de Familia, finalizando su divorcio…
“Hijo nos es dado”, fue el anuncio del profeta. El ángel lo confirmó: “Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Isaías 9:6; Mateo 1:21). Este niño era tan anhelado por los antiguos, que un profeta lo llamó el “Deseado de todas las gentes” (Hageo 2:7). Abrahám  se gozo de que había de ver  el día cuando Jesús el Cristo se entregaba como Cordero de Dios en sacrificio por sus pecados; “lo vio y se gozó” (Juan 8:56). La virgen María recibió el sorpresivo anuncio: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Este hijo nos es dado, es nuestro, y para siempre. La Escritura afirma, “He aquí, pongo en Sion la Piedra… escogida y preciosa. Y el que cree en él jamás será avergonzado” (1 Pedro 2:6). Nos es imposible imaginarnos la vergüenza que habrá sentido el padre de nuestra historia cuando su esposa le confesó que ese hijo no era de él. Sus esperanzas quedaron hechas pedazos. No así con nosotros. Todo el que anhela ese rescate en esta vida y la vida venidera puede hacer como Abraham, “verlo y gozarlo”. En Cristo tienes perdón de todos tus pecados, y vida eterna a su lado…
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