“Ese Niño se Robó mi Corazón”

“Ese Niño se Robó mi Corazón”

Una cosa es ir al parque a divertirse jugando con los niños. Otra cosa es ir al parque a divertirse viendo a los padres jugando con los niños. A veces esta última actividad resulta la más divertida. Hay padres que se sientan en una de las bancas del parque mirando a su teléfono celular mientras sus niños juegan solitos tratando de columpiarse o bajando por los toboganes. Con frecuencia gritan, “¡Papi, mírame!” Sin mover la vista del teléfono el papá (o mamá) dice, “Sí, qué bueno.” En otros casos son madres las que se encuentran y mientras los niños juegan, ellas andan muy divertidas chachareando a carcajadas con sus amigas. Prestan atención sólo cuando uno de los niños llora, o se pelea por un juguete. “Ponte en paz o si no, nos vamos ahorita mismo,” cosa que no tienen la menor intención de hacer por lo divertida que está con sus amigas. En raros casos, sí hay papás y mamás columpiando a sus niños o ayudándolos a trepar por algún barandal.
Lo más divertido hasta el momento fue un señor, ya luciendo sus canas, con un niño de unos 8 años que lo llamaba “papá,” por lo que supuse no era el abuelo sino el mero papá. Los dos eran una locura. Un espectáculo. Jugaban a la lleva, con el papá corriendo como un joven de 25 detrás del niño que corría y se esquivaba detrás de cada juego y obstáculo por el parque. Había una vieja máquina de bomberos adaptada para trepar y balancear. Pues allí se subió el viejo para que el niño no lo alcanzara. Había como una escalera horizontal, y el chiste era balancearse y caminar de peldaño a peldaño hasta el otro lado. Pues para mi asombro, el viejo pasó de un lado a otro como si estuviera en el patio de su casa. Dejé de verlos hasta que escuché el rebotar de una pelota y allí estaban jugando el balón cesto. Ambos desatinaban los tiros, y el uno se reía del otro. Por un momento no los escuché cuando de nuevo pasó el muchacho frente a mí con el viejo a pocos pasos atrás. Nuestras miradas se cruzaron. Él viejo me gritó, “¡Ese chico se robó una cosa!” Pensé que era cierto, y le dije, “¿Qué se robó?” “¡Mi corazón!” respondió el viejo a carcajadas, y cuando alcanzó al niño, los dos cayeron en el zacate, exhaustos, pero a risotadas. No lo podía creer.
Tal vez nunca hemos pensado en Dios como un Padre divertido. Pero cuando Jesús dijo, “Dejen que los niños vengan a mí,” lo veo corriendo detrás de algún chiquitín gritando, “¡Me robaste el corazón!” Sí, y ese chamaquito eres tú y yo. Correrá detrás de ti hasta alcanzarte. Y cuando te alcance, te mostrará una cruz en una montaña. Pero con gran satisfacción te dirá, “Allí di mi vida para salvarte. Ahora eres mi consentido… Vamos, súbete a mis espaldas… Te llevaré a caballito…”

Comentarios:
platicaspadres@gmail.com

Share