
English a la Brava
(3ª parte)
Vale decir que yo era un niño inquieto, travieso, y rebelde. No saltaba de alegría cuando mi madre me despertaba en la madrugada para hacer la tarea. Y mi madre tampoco tenía demasiada paciencia. Pero desde ese primer día, siempre entregué todas mis tareas a tiempo. Fue algo de lo cual fui sintiéndome orgulloso, pues aunque no entendía el inglés, me daba cuenta en el aula que no todos mis compañeros que sí sabían inglés, entregaban sus tareas. Me daba cuenta que daban pretextos aunque no entendía las palabras. Por dentro, me decía que si supiera inglés, ¡les ayudaría con las tareas! Mi madre ciertamente fue la ayuda principal, pero mis maestras, ángeles de Dios, ¡cómo me ayudaron! Se daban cuenta del esfuerzo que ponía para entregar las tareas, pues todo lo tenía que traducir del inglés al español, y luego del español al inglés. Al final de los capítulos había una cantidad de preguntas que tenía que contestar en inglés. Pero primero tenía que contestarlas en español (tomando en cuenta mis traducciones entre las líneas). Luego traducía mis respuestas en español usando el mismo método: buscando palabra por palabra el significado en el diccionario. El resultado era todo un disparate que apenas se podía entender. Fue allí donde intervenían las maestras. Todavía me recuerdo de sus nombres, fueron de tanta influencia en mi vida, “Mrs. Wagner, y Mrs. Chase”. Ninguna de ellas sabía nada de español, ni cómo enseñar English as a Second Language. Pero tomaban mis respuestas en ese inglés defectuoso, torcido, con las palabras fuera de orden, y en el mismo papelito con letra roja, escribían sobre las líneas la manera correcta de escribir las oraciones. Ese mismo día me devolvían los ejercicios, y luego tenía que entregar la copia final al día siguiente (por supuesto, con la tarea adicional para ese mismo día). Hasta el día de hoy, no lo puedo creer. ¡Era apenas un niño de diez años! Nunca fui calificado como niño súper dotado, y nunca me consideré demasiado aplicado. Pienso que respondía y reaccionaba ante tanto amor, diligencia, paciencia, e interés de parte de mi madre, y mis maestras. Mi padre debido a su trabajo no se podía involucrar tanto, pero también me alentaban sus sonrisas cuando veía la nota “A” en mis tareas finales.
No todo fue color de rosas. Era el único hispano hablante y latinoamericano en todo el colegio de unos 400 niños. Muchos niños se me acercaban sólo para verme, y sonreían al ver a un niño como yo. ¿Qué sostuvo mi valor propio durante esos días? El amor de mis padres y el apoyo de mis maestras. Bullying? Cuando iba al baño los muchachos más grandes del colegio me seguían. Al momento de aliviarme ante unos urinales que parecían más altos que yo, me pateaban para que tuviera que apoyarme en el urinal. Al darme la vuelta me retaban con sus puños para pelear con ellos: “You wanna fight me, Pancho?” Mi desquite no fue con mis puños, sino con mi cabeza… [se continuará]…
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