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“Desde Las Mazmorras”.

(El conde Saint Germain)

Yo gozaba en el seno de una familia, yo también he conocido la felicidad cuando colmado con las bendiciones del cielo y rodeado de un poder tal que el entendimiento humano no puede concebir, dirigiendo a los genios que guían al mundo, dichoso de la felicidad que yo engendraba, me deleitaba en el seno de una familia sumamente apreciada, la felicidad que el eterno otorga a sus seres queridos . Un instante destruyó todo, yo he hablado y todo se ha esfumado como una nube, ¡oh, hijo mío, no sigas mis huellas!… ¡ Cuida la palabra, que no te trague la mitomanía; que un vano deseo de brillar ante los ojos del mundo, encause igualmente tu perdición!… Piensa en que desde un calabozo con el cuerpo minado por la tortura, te escribo éstas líneas.

Dios me ha castigado; ¿Pero que he hecho a los hombres crueles que me persiguen? ¿Que derecho tienen de interrogar al ministerio del Eterno? Me preguntan cuales son las pruebas de mi misión, pues bien; mis únicos testigos son los hechos, son mis obras; mis defensores, mi rectitud habla por mí, una vida limpia un corazón puro…

¿que digo, tengo aún derecho de quejarme? He hablado al Altísimo, me ha entregado sin fuerzas ni poder, a las furias del ávido fanatismo. Los brazos que en otro tiempo eran capaces de derribar a un batallón, apenas si hoy tienen fuerzas para levantar las cadenas que lo sujetan. Yo divago… tengo que dar gracias a la justicia eterna, el dios vengador, ha otorgado el perdón a su hijo arrepentido.

Un espíritu etéreo a atravesado las paredes que me separan del mundo resplandeciente de luz; se ha presentado ante mi, el ha fijado el termino de mi cautiverio, dentro de seiscientos sesenta y seis días acabará mi cautiverio, al entrar mis verdugos lo encontraran desierto y súbitamente purificado por los cinco elementos, puro como el genio del fuego, recobraré entonces la dignidad gloriosa, a la que la divina bondad me ha elevado. Pero que lejano aún está ese fin, que largos parecen aún los dos años a quien los padece dentro del sufrimiento y en las mas cobardes humillaciones, no contentos mis perseguidores han utilizado para mi tormento la infamia, sobre mi cabeza, han hecho de mi nombre objeto de oprobio. Los hijos de los hombres retroceden espantados cuando el azar los ha hecho aproximarse a los muros de mi prisión, temen que algún vapor mortal se escape por la estrecha abertura que deja pasar un tenue rayo de luz en mi celda…

¡Oh, Filocasto, aún dudo si él segundo pergamino lo recibas, aún ignoro si el primero lo recibisteis o si algún embaucador “ave de rapiña” esté coleccionándolos para usarlos ante la inquisición en mi contra o si algún buitre los utilizará para embaucar a los incautos.

¡Oh, congoja ensombrecedora, y tú sin poder contestarme. ¡Oh, tormento de ésta duda atroz!… El fuego de mi lámpara prohibida, algunas monedas y unas cuantas sustancias químicas han producido los olores que adornan éste fruto ocioso de tu amigo prisionero. Adiós Filocasto, no sienta compasión de mí, la clemencia del Eterno iguala a su justicia. En la primera asamblea misteriosa, usted, le prometo volverá a verme. Pronto daré el beso de paz a mi hermano Filocasto. Con Justicia iluminadora. Cariñosamente tu maestro; San Germain.

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