
El Valle de Sombra de Muerte
No me imaginaba que pudiera llorar por un gato.
Pero lloré por Sombra.
Sombra fue mía desde que la encontré en un refugio. Tenía apenas dos meses. Era todo un capullito gris. Cuando la vi por primera vez, estaba boxeando con una pelotita que colgaba en su jaulita. El pretexto para llevarla a casa fue mi niño de 8 años. Él había querido un perrito. Pero ambos quedamos flechados por esa pelotita juguetona encrespada de varios matices de gris. Sus ojitos de un negro brillante apenas se podían ver detrás de la pelusa. Movía la cola como si fuera un inmenso jaguar acechando su presa en la selva. Le pusimos Sombra porque parecía que estaba en todo lugar a todo tiempo. Se aparecía sin dar aviso. Era quieta y sigilosa.
Así como nosotros la adoptamos a ella, ella nos adoptó a nosotros. En pocos días se convirtió en la patrulla celosa de nuestra casa. Claro que no podía ladrar, pero con sus saltitos y ronroneos nos avisaba de todo el que pasaba o se acercaba a la casa. Más que patrulla, también se convirtió en la princesa y reina de la casa. Se posesionó de los muebles, y de todo rinconcito cómodo y suave. Allí tomaba sus siestas largas sin descuidar su labor de vigilante. Estaba pendiente de todos nosotros, especialmente de mi mami que ya tiene 97 años. Cuando salía a caminar con su enfermera, Sombra le hacía sombra a cada paso del camino. Se adelantaba y se metía entre los matorrales y de allí salía queriendo atacar lobos y monstruos de su imaginación. Mientras mi mami empujaba el caminador, ella la seguía de cerca, pero sin estorbar sus pasos. Al llegar otra vez a la casa, era la primera en la puerta anunciando el retorno con sus aullidos.
A veces salía hacer sus rondas solas, lo cual es el derecho y menester de todo gato. Me preocupaba cuando pasaban las horas y no llegaba. Entonces salía al patio, pegaba un grito, «¡Sombra!» y en pocos minutos estaba a la entrada de la casa. Quería ponerme celoso, pues descubrí la razón por sus andanzas. En varias ocasiones poco después de su llegada, aparecía un enorme gato blanco echado a la puerta de afuera de la casa.
Nuestro idilio con Sombra se complicó cuando comenzamos la mudanza. No era cualquier traslado. Nos íbamos fuera del país. ¿Qué vamos a hacer con Sombra? Era la pregunta sin respuesta. La casa se llenó de cajas, los muebles se vendieron o regalaron de uno en uno, entraba y salía gente extraña, y cuanto más se acercaba nuestra fecha de partida, más se intensificaba la pregunta. Nadie quería quedarse con Sombra. Finalmente llegó la hora, y a un día de nuestra salida con el corazón hecho pedazos, nos despedimos de Sombra. La llevamos al mismo refugio de donde salió. Fue poco consuelo, pero los encargados me dijeron que el refugio no practicaba la eutanasia, y si nadie se la llevaba en pocas semanas, la trasladarían a un refugio adaptado especialmente para gatos en un bosque no muy lejano. Con ese poco consuelo Sombra se quedó arañando los brazos del encargado.
Pasaron varios días de viaje. Los días eran largos en la carretera. Sabíamos que Sombra, que tanto amaba su libertad, no hubiera resistido la jaula del vehículo. En eso recibimos una llamada. Era una conocida preguntando por Sombra: «¿Qué hicieron con la gatica? ¿La regalaron? ¿Se la llevaron? ¿Dónde está? ¡Mi hija está buscando una gatita para su hogar!» Sin pensarlo le dimos toda la información y nos aseguró que la buscaría.
Continuará…
Después de pocos días nos llamó con la increíble historia. Su hija fue al refugio, pero ya no estaba allí. No le dieron razón de la gatita. La buscó por todos los refugios del área. Comparaba a todos los gatitos grises con una foto que habíamos enviado.
Finalmente la encontró en un albergue de animales donde le dan muerte a los animales que nadie quería. No había duda alguna, era la misma gatita. – Llegaron justamente a tiempo – dijo el encargado. En tres horas le íbamos a dar la inyección para dormirla.
Con un inmenso abrazo la gatita fue rescatada. Hoy Sombra disfruta de un bello hogar y del cariño de personas que la quieren y la miman. Nuevamente es princesa y reina de un hogar. Sus travesuras traen risas y diversión a toda la familia. Pero tuvo que pasar por el «Valle de Sombra y de Muerte».
A tres horas de la muerte.
Me hizo pensar en nuestro destino. En principio todos estamos al menos a tres horas de la muerte, más o menos.
Y como si fuera poco, en principio ya estamos muertos. Hablo aquí de otra muerte. La muerte eterna a la cual la santa, justa, y buena Ley de Dios nos condena. De esa muerte jamás habrá retorno. Esa es la sombra que cuelga sobre nosotros día y noche. El mismo Job, a quienes algunos tienen por justo por su gran paciencia en el sufrimiento, pidió a sus amigos que no lo consolaran, que lo dejaran quieto, «Antes que vaya para no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte» (Job 10:21). Asimismo, dijo de ese lugar «cuya luz es como densas tinieblas» (Job 21:22).
Pero hubo Uno que hizo desvanecer las sombras con su luz.
En Cristo «estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella» (Juan 1:4,5).
Cuando se hizo la pregunta, –¿y qué haremos con la raza humana? –Jesús, el hombre Dios de Nazaret respondió, –Yo daré mi vida por ellos, yo tomaré su lugar, yo pasaré por el valle de sombra y de muerte por ellos. «¡Vivo yo, que no quiero la muerte del impío!» (Ezequiel 33:11). «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45).
Por eso, después de la cruz, habiendo confesado su nombre y fe en su sacrificio podemos decir confiadamente en toda situación, «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo» (Salmo 23:4). Hubo uno que nos buscó y nos busca incesantemente hasta encontrarnos. Antes que nos llegue nuestras tres horas nos encontrará. Ya ha encontrado a miles de millones. Estamos en su lista. «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).
La frase «valle de sombra y de muerte» viene del conocido Salmo 23, el salmo del Buen Pastor. La oración reza así: «Jehová es mi pastor, nada me faltará… aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo» (Salmo 23:1,4). El salmo termina con el suspiro del «encontrado»: «Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días» (Salmo 23:6).
Allí es donde la sombra vive en la Luz.
©Haroldo S. Camacho
2 de noviembre de 2018
Barranquilla, Colombia