<!--:es-->“El problema lo tienen otros, yo no”<!--:-->

“El problema lo tienen otros, yo no”

El abogado defensor disputaba ante el jurado. “Cuando estuvo detrás del volante, mi cliente no estaba alcoholizado. Apenas estaba en la fase de absorción. Desde que el alcohol sale de la botella, pasa por la boca, llega al estómago, se absorbe en el intestino delgado, entra a la sangre, y finalmente llega al cerebro, es un proceso como de una hora. Cuando el policía detuvo a mi cliente, todavía no estaba por encima de la raya permitida del 0.08% de alcoholemia. Fue hasta después cuando le hicieron las pruebas con el alcoholímetro que se demostró que el alcohol iba en aumento. Pero a las 2:06 a.m. cuando lo detuvieron, no se había pasado de la raya.” Por más que argumentó, el grupo del jurado no le creyó, y dio su voto a los argumentos del fiscal quien le acusaba de manejar ebrio con alcohol superando el límite permitido. “¡Culpable!”, dictó el vocero del jurado. Lo que el jurado no sabía es que este caso era el segundo en menos de tres años, lo cual aumentaba la sentencia. Por lo cual el juez como medida de libertad preventiva le había pedido al acusado que acudiera a tres juntas por semana de Alcohólicos Anónimos. Antes de dictarle la sentencia, le preguntó, “¿y qué aprendió en los Alcohólicos?” “Es cierto su Señoría”, respondió el culpable. “Allí sí hay otras personas que tienen ese problema de beber y manejar.” “¡Sesenta días de cárcel!” dictó el juez, “tal vez allí aprenda algo.”
Por otro lado, en las Sagradas Escrituras escuchamos el débil clamor de otro culpable que gime, “Y no entres en juicio con Tu siervo, pues ante ti nadie puede justificarse” (Salmo 143:2). Mientras el culpable de nuestra historia decía “Otros tienen el problema, yo no”, este justo le suplica a Dios que no lo juzgue, no lo condene, no lo sentencia, porque ante la presencia del Juez del universo, toda conducta es reprobable. ¿Cómo? Pero este hombre es un “siervo” de Dios, hasta pudiera ser un pastor, un sacerdote. Una persona así capaz sí pudiera entrar a juicio ante Dios y ser justificado. Pero este personaje conoce su propio corazón, “Si Tu me juzgas, oh Dios, quedaría condenado, no importa mi título de ‘siervo’, o si la gente opina de mí, que soy justo. Ante tu justicia, tu amor y tu misericordia, jamás me pudieras declarar justo. El problema no es de otros, el problema es mío.” Ante este tipo de persona, el Juez eterno contesta mediante la Escritura, “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25). Y, ¿qué de aquel hombre que oraba en el Templo golpeando su pecho? Decía, “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador.” ¿Qué dijo el Juez? “Este volvió a su casa justificado” (Lucas 18:14). No mires más, ese eres tú…
Informes, comentarios al autor: haroldocc@hotmail.com

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