El origen de los versos
Por Fausto Vonbonek
Cuando la gente me pregunta qué es para mí poesía me pone en aprietos, mas no porque carezca de respuesta sino porque diario hay respuestas distintas.
Yo respeto tanto el concepto poesía que afirmo que el concepto poesía nace cotidianamente, y que de la misma forma que la gente compra un diario y hojea sus secciones, los poetas hojeamos el entorno dentro y fuera de nosotros. Buscamos en el pozo la mirada de las letras, el reflejo de nosotros transformado en vida diaria. El horóscopo del verso germina a lo largo del día. A veces se puede atrapar con palabras, otras veces sólo deja contemplarse; pero siempre porta un rostro diferente que define los rasgos de un tiempo que marcha a la par del reloj de los seres. Por eso mi respuesta nace a diario, y por eso aclaro que el pasaje que ahora viene corresponde a una respuesta del pasado, lo escribí como un bosquejo introspectivo para darle lectura en un evento literario, es sólo un fragmento, pero asiento mi franqueza de que diario nacemos de nuevo, y que el verso nos concede el despertar.
“Alguna vez hubo un pensamiento nacido del tiempo, libre y ligero como una obsesión sin espacio y sin astros; un pensamiento sublime que encontró albor en las sombras, sedición entre las rocas y algaradas en las nubes. Fue un suspiro sublevado, un pensamiento sincero, puro como el agua reluciente que busca una sed, fresco como el aura que desata los hastíos. Fue una obsesión azarosa como el fuego del futuro, oscilante, como el árbol sin secretos.
Las espigas anfitrionas del arcano se atrevieron a ofrecerle sus desiertos, a franquearle las puertas del fuego, a enlazarlo con el viento, a esparcirlo por los bosques y a bregarlo con el agua. Y así comenzó a sobrevolar el mundo —nuestro mundo de ese entonces—, a acariciar el rostro de su superficie, a husmear en los signos, a explorar las cruces, las consignas de las plantas, los caprichos de las lunas, la dicción de los nublados, los motivos de la lluvia, los espasmos de los suelos y el disfraz de las ocasos.
Poco a poco sorteó las escamas y prorrumpió en los misterios, en las hordas de los mares, en la tez de las montañas, en el aliento del hielo, en la miel de los volcanes, en los lingotes del monte y en el vientre de la selva. Un pensamiento protervo, reacio a los descansos y devoto del desnudo. Fue un adagio despojado de su atuendo.
Y al fin aquel pensamiento, cansado ya y solitario, decidió buscar morada,
una casa donde asirse, un resquicio desolado, quizás un pedrusco, tal vez un ser vivo.
Y encontró el germen buscado, penetró en una mente olvidada y abstracta embonada en un alma, una esencia de ojos ciegos que todo lo observa, que todo lo siente, que todo lo pulsa.
Y encontró su cuna, su génesis propio, su lenguaje excelso. Y aprendió a compartir, a domar el espacio, a ensayar con los colores.
Y aprendió de la vida, de la sangre transeúnte, del afán de ver los días.
Y aprendió de la esperanza, de los temores del hombre, de lo frágil de sus cuerpos.
Y aprendió a iluminarlo como un nuevo sol, aprendió a ser su vela, una flama innumerable de creaciones y sonidos que transponen la luz de la sombra y la luz de la aurora. Luz que no incumple el albor, luz que no infringe penumbras.
Juntos lograron cimbrar el espíritu humano, esculpieron diapasones que evocaron las palabras, colectaron sentimientos; juntos comenzaron a vibrar a un mismo ritmo, a una cadencia uniforme que de forma innumerable propagó su vaivén como un mar de suspiros y magia; una mar de erotismo y de éxtasis nuevo. Había nacido… la poesía.”
vonbonek@yahoo.com
Ella
(Por Fausto Vonbonek)
Ella murió pronunciando mil nombres, nombres al azar, nombres verdaderos.
Al sucumbir su agonía, su lengua aún no se movía al ritmo del nombre que ella buscaba.
Murió carente de su propio rostro, murió sintiendo sobre su faz, el rostro del hombre tal vez pronunciado.
Murió desprovista de un último beso. La ceniza de un crepúsculo apagó sus labios justo cuando el alba de un recuerdo retornaba de su lejanía posando en su boca un beso de amor distante que la hizo morir besada. Murió sin llevarse su fuerza, ésta se aferró a sus manos cuyos dedos sumisamente obedecieron su último reflejo, el de retener con desesperación un viejo y bien cuidado poemario. Ni muerta pudieron abrirle sus dedos, como si su alma se hubiese pertrechado en ellos custodiando osadamente aquellas páginas roídas por el ámbar y los molares del tiempo. Así que fue enterrada con su poemario, las fotos de sus hijos y la bolsa de su madre.
Se fue de la mano que estrechan los recuerdos, se fue y tras ella la muerte borrando su rastro. Una muerte que de pronto la perdió de vista, una muerte confundida ante lo inexplicable, una muerte que sola y embrollada suspiró por un segundo y prosiguió su sendero sintiéndose inútil.
Ella se fugó hacia los poemas, ahí encontró su memoria, su antiguo cuerpo torneado, sus manos creadoras, su cuello aromado. Ahí abrigó otra vez el candor de sus días, el incienso de su música, los vaivenes de su danza, pero sobre todo encontró a quién realmente buscaba. Justo en el primer poema él ya esperaba, con sus versos abiertos y sus labios corriendo hacia ella.
vonbonek@yahoo.com