
El Día de Muertos en México es mucho más de lo que la mayoría de la gente cree
En México, cada pueblo, cada región, tiene sus propias tradiciones, sus propios usos y costumbres. Pero si hay una tradición que encontramos en cada uno de ellos, es sin lugar a dudas, la celebración del Día de Muertos. Es en ésta, en la que cada familia se prepara para recibir a las almas de los seres queridos que han abandonado esta vida.
Pero hablar del Día de Muertos, no es sólo hablar del 2 de Noviembre, fecha que la Iglesia Católica ha marcado como el día de los Fieles Difuntos. Hablar del Día de Muertos en México, es hablar de misticismo, de simbología, de raíces prehispánicas, de altares, de ofrendas, de historia, de los últimos días de octubre y los primeros de noviembre.
Ahora que han comenzado las celebraciones de este año, es buen momento para hablar de todo lo que representa, del origen de la tradición, de lo que poco a poco hemos ido olvidando, de la simbología de los altares y las diferentes actividades que enmarcan la tradición más grande de México. Aquella, en la que la muerte toma a la vez un sentido solemne, religioso y festivo.
El Origen de la tradición
La muerte ha sido en todas las culturas y a través de la historia, un evento que invita a la reflexión, a rituales, a ceremonias, a la búsqueda de respuestas, que causa temor, admiración e incertidumbre. Las culturas prehispánicas compartían la creencia de que existe una entidad anímica e inmortal que da conciencia al ser humano y que después de la muerte continúa su camino en el mundo de los muertos, donde sigue necesitando de utensilios, herramientas y alimentos. En los 18 meses del calendario mexica se pueden observar que hay por lo menos seis festejos dedicados a los muertos.
El más importante era la fiesta de los descarnados que se celebraba en el noveno mes, cercano a agosto, y estaba presidido por la diosa Mictecacíhuatl, señora de los muertos y reina de Mictlán, y por Mictlantecuhtli, señor del lugar de los muertos y dios de las sombras. A2
Pero el Mictlán, a donde llegaban todos los muertos que hubieran perecido de causas naturales, no era el único destino de los fallecidos. En su cultura, existía el Tonatiuhichan, a donde llegaban quienes morían en guerra o en labor de parto, el Tlalocán, a donde iban los que fallecían por causa de agua, rayos, o enfermedades; por último el Tonacacuauhtitlan lugar al que iban los niños que no habían probado el maíz, símbolo de la tierra y por lo tanto no habían tenido contacto con la muerte; allí, eran alimentados por el árbol que da sustento y donde permanecían hasta que recibían la oportunidad de una segunda vida, la posibilidad de reencarnar.
A diferencia de la religión cristiana, en el Mictlán no existían las connotaciones morales del infierno ni del paraíso, sin embargo, para llegar a él los muertos debían, durante cuatro años, pasar por diversas pruebas que encontraban en los diferentes niveles del inframundo, para finalmente llegar al lugar de su eterno reposo, liberarse de su tonalli o alma y ser compensados por la presencia de Tonatiuh, el dios del Sol, al caer la tarde.
No fue hasta la llegada de los conquistadores, cuando la divulgación del cristianismo introdujo a nuestra cultura el terror a la muerte y al infierno; sin embargo, los evangelizadores tuvieron que ceder ante las fuertes creencias de los nativos, dando lugar a un sincretismo entre las costumbres españolas y las indígenas, que dio origen a lo que hoy conocemos como la celebración de Día de Muertos.
La muerte, era el comienzo del viaje hacia el Mictlán, el noveno y último nivel del inframundo, el reino de los muertos.