
Diez Plagas de Nuestra Sociedad
Según el relato bíblico, sobre los egipcios cayeron diez calamidades para vencer la obstinación del Faraón y obligarlo a que diera libertad al pueblo de Israel (cf Ex 7-12). Desde entonces, el uso popular ha consagrado la expresión “las diez plagas de Egipto” para denominar el conjunto de males que padece una persona o una sociedad. En medio de tantos valores, de innegables realizaciones, de importantes avances en nuestro desarrollo y, sobre todo, de tanta gente recta y buena, podemos constatar también la presencia y la acción de “plagas” nefastas que nos están haciendo mucho daño.
Estas lacras que afectan a algunos grupos de personas o a ciertas capas sociales nos están amenazando a todos. No es fácil establecer una jerarquía de estas “plagas” en razón de su gravedad, de su extensión o de su influencia, pero es fácil percibir que realmente existen y que son perversas. Las “plagas” a las que me voy a referir provienen de nuestro comportamiento ético, por tanto está en nuestras manos seguir siendo azotados por ellas o superarlas. Los invito, entonces, a analizarlas y a afrontarlas como verdaderos desafíos al propósito que tenemos de ser felices y de vivir en paz.
1. La inequidad. Es la desigualdad injusta entre las personas. Existe en el campo económico, social, cultural y espiritual. Se debe a las estructuras inicuas, a la falta de formación humana, al egoísmo de unos y a la irresponsabilidad de todos. Es el ambiente en el que prosperan muchos otros problemas.
2. La violencia. Un mal ya endémico entre nosotros, que multiplica cada día los daños físicos, sicológicos, sociales y morales. Se ha creado la mentalidad de que todo lo resolvemos peleando, aún en el hogar. Muy preocupante la frecuente vinculación entre economía y violencia, entre ideologías y violencia, entre poder y violencia.
3. El individualismo. Es vivir encerrado en sí mismo sin que me importen el bien común y la suerte de los demás. Sólo interesan mis criterios, mis gustos, mis objetivos y mi comodidad. Si algo no me afecta a mí no ha sucedido. Produce personas divididas, evadidas, sin sentido y sociedades en permanente proceso de degradación.
4. La soberbia. Es un sentimiento de sobrevaloración de uno mismo por encima de los demás. Nos vuelve, a la vez, vanos y prepotentes. No pocas veces se alimenta, a nivel personal o colectivo, la imagen de que somos los mejores para ocultar o disimular nuestra impotencia o vileza. La soberbia no es grandeza sino hinchazón.
5. La maledicencia. Nos lleva a hablar mal de los demás, en la mayoría de los casos, sin verdad, sin necesidad y sin utilidad. Casi siempre es un desahogo de resentimientos, celos o frustraciones personales. Se está volviendo muy perjudicial para nuestra sociedad adobar toda conversación con la salsa de la difamación, el chisme o la calumnia.
6. Hipocresía. Es la mentira en acción. Es la actitud de fingir sentimientos, cualidades o realidades que no se tienen. Ante la incapacidad de ser y de actuar con el propio criterio se aparenta para estar de acuerdo con la opinión, la moda, la sociedad de consumo y las cosas que hacen carrera en la sociedad. Es falsificarse a sí mismo.
7. La corrupción. Se puede constatar en diversos aspectos de la vida, en lo privado y en lo público. Siempre significa deshonestidad, irresponsabilidad, engaño y abuso frente a los bienes de los demás. Es más maliciosa y siniestra cuando la practican quienes se aprovechan de su posición o de su cargo.
8. La drogadicción. Antes lamentábamos el tráfico de drogas. Ahora debemos lamentar también la creciente dependencia de numerosas personas de nuestra sociedad, especialmente jóvenes, de sustancias que afectan el sistema nervioso central. Las consecuencias no pueden ser más desastrosas y no se ve que haya remedios masivos.
9. La superficialidad. Se está configurando una sociedad relativista, hedonista, sin valores, sin ideales. La frivolidad está a la orden del día en muchas actuaciones personales y comunitarias. Basta pan y circo; no se siente la necesidad de trascender. Los resultados serán siempre el tedio y la frustración.
10. El olvido de Dios. Sin Dios es difícil encontrar sentido; me constituyo centro y criterio de todas las cosas; todo me resulta permitido; me puedo volver dueño y amo de los demás. Cuando se eclipsa a Dios cae sobre la persona y la sociedad una noche espantosa. Es la causa de todos los males.
*Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín (Colombia).