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¿Devolviendo bien por mal?

“Yo lo rasguñé porque mis amigas me enviaban textos, me decían que él andaba con otras.” La acusada explicaba a su abogado defensor lo sucedido mientras yo traducía. “Se había ido a vivir con su mamá, así que lo fui a ver porque necesitaba dinero para los pañales del bebé. Cuando llegué ahí estaba sentado en el sofá. Tenía un par de chicas sentadas en sus piernas y otras por atrás masajeándole la espalda. Cuando me vio, me soltó un montón de nombres feos delante de ellas, y toditas se rieron de mí. Y con esas, se viene y me abraza. Fue cuando le rasguñé la cara. Una de las chicas llamó a la policía. Nos arrestaron a los dos. A él le encontraron drogas en los bolsillos. A mí me soltaron después de un par de días, pero tengo que defenderme de estos cargos de agresión. A él también lo dejaron libre después de una semana.” “Y, ¿siguen viviendo juntos?” preguntó el abogado. “No, el sigue en la casa de su mamá. Pero hace una semana se accidentó saliendo del trabajo. Otro coche no hizo el alto y lo chocó. Se quebró unas costillas, una pierna, y se lastimó la cabeza. Yo le llevo comida y le cambio las vendas porque ni su mamá lo cuida.” “Y, ¿van a volver juntos?”. “Bueno”, respondió con una tímida sonrisa, “en eso estamos…”
Cada cual juzgará si ella hizo bien en cuidarlo o no, y en pensar de volver con él. Pero ella ha dado otro ejemplo del Buen Samaritano. Y con su ejemplo, ella ha dado con el verdadero sentido de esa conmovedora historia. Ella ha tenido compasión y cuidado de su propio agresor. No defendemos a los agresores, pero sí volvemos la vista a ese Gran Buen Samaritano a quien todos hemos agredido desde que puso su pequeño pie sobre la tierra. Pues no le dimos lugar en el mesón, su clínica de maternidad fue un maloliente establo, dictamos su muerte, lo perseguimos a un país extranjero, nos burlamos de sus enseñanzas, y finalmente lo clavamos sobre una cruz, lo metimos en una cueva y la tapamos con una piedra. ¿Nosotros? Hasta el día de hoy tratamos de quitarnos la idea de Dios de encima, y ¡enterrarla una vez y para siempre! Pero el poder de su amor lo sacó de la muerte para darnos vida, y vida eterna. Ese mismo ser a quien nosotros agredimos a diario nos dio la vida eterna, y la que gozamos hoy mismo. Nosotros rasguñamos su frente con una corona de espinas, para que el ponga en nuestra frente una corona de oro que representa el precio por el cual fuimos rescatados: ¡Su propia vida! “Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39).
Historia modificada para proteger identidades. Comentarios: haroldocc@hotmail.com

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