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Dependencia: Mejor dos naranjas enteras que dos mitades

Para toda la vida

“Nos complementamos de tal forma que no podríamos vivir uno sin el otro”, “No puede vivir sin mí”, “con lo que he hecho por ti”, “te he dado mi vida y mira cómo me pagas”, “sin ti no soy nada…”. Frases como estas, habituales en muchas parejas, revelan distintos grados y formas de dependencia emocional.

La llegada de una relación de amor es una auténtica bendición que el Universo nos envía para sanar, gozar y crecer, un acontecimiento no controlable por la razón o la voluntad, un milagro que sucede misteriosamente y nos regala la vida. Pero suele verse envenenada por el miedo a ser abandonados y sufrir.

“La realidad social, con la actual ola de separaciones y divorcios, así como las constantes disfunciones familiares, parecen invitar a revisar el actual modelo de pareja”, señala el psicoterapeuta José María Doria, que imparte distintos cursos de educación de las emociones, en Europa y América.

Uno de los problemas más agudos en el desarrollo de las parejas y las familias, en la cual se suelen repetir patrones y guiones que parecen escritos con anterioridad, o responden al modelo oficial de relación sentimental, es el de las dependencias emocionales.

Según Doria, para entender este problema hay que explicar los cinco niveles de desarrollo en el heterogéneo mundo de las relaciones emocionales, el primero de los cuales es el de la dependencia pura, la del enamorado que no es correspondido.

Es el amor del adolescente que se apasiona y fascina, al proyectar en su objeto amoroso toda clase de fantasías y bonanzas, y también el que hay en una relación platónica o entre parejas desequilibradas. Esta relación unilateral, en la cual uno depende de otro que permanece indiferente, es fuente de sumisión y dolor.

Amar sin depender

Al decir “no puedo vivir sin ti“, estas personas están verbalizando que no pueden ser felices sin la concurrencia de otra persona, lo cual no parece muy satisfactorio, señala el experto.

Se puede amar mucho a alguien y sentir que es el más maravilloso que se ha conocido, o que tendría un profundo desagarro y dolor con su pérdida, pero creer que es la única del mundo equivale a decir que estamos perdidos si ese ser se va, nos abandona, o incluso se muere.

El segundo nivel en las relaciones es el de co-dependencia, o de dos dependientes juntos: una relación en la que los controles, celos, reproches y enganches de atracción y rechazo, suponen la tónica de las ataduras y apegos, explica Doria.

Este nivel que recuerda el aforismo de “dos palomas atadas por una pata, suman cuatro alas, pero no pueden volar”, se desenvuelve entre vaivenes de goce y sufrimiento, el éxtasis y la tortura, la atracción fatal y un detestable rechazo, y genera manipulación y dolor en ambos miembros de la relación.

Las parejas co-dependientes se basan en el complemento, lo que, en el fondo, refleja la carencia de una parte de la personalidad, y se refleja en el mito de la media naranja, en el que uno necesita al otro, dando lugar al “te quiero porque te necesito”, en vez del más saludable “te elijo y te abrazo porque te amo”.

Desde la perspectiva dependiente de la necesidad, los roles llegan al extremo de que lo que le falta a uno, en vez de trabajarlo y desarrollarlo, opta por aceptar su mutilación y dejar que sea el otro, quien lo aporte, y viceversa, señala este asesor emocional.

Es el tipo de unión que viven la mayoría de los padres de nuestros contemporáneos, pero entre las nuevas generaciones de jóvenes, en las que la mujer no quiere vivir sumisa, hay un gran esfuerzo por encontrar un modelo más independiente, que trascienda ese patrón tradicional heredado.

Hacia la autonomía

El tercer nivel de relación corresponde a la independencia. Se refiere a un desarrollo basado en una sensata autonomía emocional, en un vivir sin apegos excluyentes y con capacidad de renovarse y autogestionar los niveles de afectividad e intimidad.

Son personas que no tienen que negarse a sí mismas para satisfacer las expectativas ajenas, que se saben completas y referenciadas en sí mismas, que han aprendido a buscar lo que requieren para su equilibrio y a encontrarlo.

Para José María Doria, la independencia se fundamenta en el trabajo interior de haber desarrollado e integrado las cualidades que nos faltaban para expresar nuestra madurez emocional.

En sus relaciones, las personas independientes han superado la manipulación soterrada que suele conllevar la co-dependencia, en la cual se siente un inconfesable miedo al abandono y a soltarse.

Esta manipulación consiste en las típicas “hipotecas emocionales” que se basan en una manera de decir y hacer para conseguir otros fines subterráneos que los que aparentemente se verbalizan, en la habilidad de hacer que los demás hagan lo que ellos quieren, mediante actitudes como dar pena o hacer gracias.

Los manipuladores son personas que a menudo se sienten injustamente tratadas, ofendidas o decepcionadas y dicen cosas como “no esperaba ese comportamiento de un amigo” ó “yo creía en ti y me has dejado helado”, las cuales expresan expectativas frustradas respecto de los comportamientos ajenos.

Pero nadie es estrictamente responsable de los sentimientos ajenos, ya sean negativos o positivos: decir “me estás amargando la vida” o bien “me haces tan feliz”, supone no asumir la propia autonomía emocional y transferir la responsabilidad a otros.

“Si alguien le dice sufrir por su causa es porque esa persona lo permite, muy posiblemente porque en nombre de la entrega y el amor, le ha dado a usted un poder que se basa en un patrón de dependencia”, señala el psicoterapeuta español.

Dos naranjas enteras

Desde la independencia se llega al cuarto nivel, que corresponde a la co-indepedencia, una relación basada en dos personas independiente unidas, “dos naranjas enteras” que desde su autonomía e individualidad deciden unirse en el amor.

En muchos casos, estas relaciones suelen iniciarse, con espacios físicos diferentes, como por ejemplo, casas distintas, una situación que se prolonga hasta que deciden vivir una relación de sumas mutuas, sin ningún tipo de resta.

Es un nivel para personas que siguen creciendo desde cada cual, sin apegos, y en consecuencia con una gran capacidad para interesarse, enriquecerse y aportarse mutuamente. En este escalón no se produce el tan frecuente temor a la pérdida del amor por causa del triunfo del otro, y el miedo a perder al ser amado lo reemplaza la confianza en la cooperación y el amor genuino.

La relación es gratuita, no salva a nadie de nada, ni resuelve ningún problema; ya no se siente aquello de “te quiero porque te necesito” sino “permanezco contigo o te elijo porque te amo”.

Según Doria, “es un error creer que la independencia equivale a desamor. Es un requisito que el amor consciente requiere para expresarse y florecer. En vez de inmadurez, miedo al abandono y manipulación, conlleva el compartir sin esperar nada a cambio, de forma generosa, porque uno así lo siente, decide y regala”.

Otro error es creer que hay un alma gemela: una única persona capaz de completar nuestra existencia, y que es una especie de mitad vital o media naranja, que se acepta mutilada. En verdad, cada ser humano es completo en sí mismo: una naranja entera, que puede decidir vivir en compañía de otras naranjas enteras.

El mito del alma gemela

“Cada uno de nosotros tiene necesidades de afecto, pertenencia, reconocimiento y autoestima, pero eso no tiene nada que ver con la llegada de un alma única en el Universo, con cuyo encuentro solucionemos todos nuestros problemas”, señala el experto.

Para Doria, el amor está muy lejos de ser un sentimiento que nos vincula a un ser cuya ausencia nos incapacita: “Se centra en el dar y nos torna libres, tal vez porque vive orientado al bienestar de la persona amada. Vive en una atmósfera de espiritualidad, abre el corazón y supone una bendición que nos inunda de gracia”.

Un quinto nivel de relación, aún más evolucionado, sería el de la inter-independencia: una red de relaciones independientes, que se encienden y activan cuando la atención se enfoca en cada una.

En la inter-independencia, nuestra familia es la familia humana, y el compromiso de la persona es con la calidad de cada relación, de afecto y cooperación, que es capaz de crear en cada instante, con personas que incluso no se conozcan entre sí.

“Una relación así, en la cual se puede integrar una pareja co-independiente, no es superficial ni promiscua, ni tiene por qué conllevar sexo, sino que la alcanzan las personas que cuando sienten el regocijo del amor, reconocen que lo que aman en realidad no es a una persona en particular, sino a todos los seres y al mismísimo universo del que formamos parte”, dice Doria.

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