De princesa a China Poblana

Ana Díaz Sesma

Aquéllos que nunca han oído hablar de la China Poblana se podrán imaginar a una mujer de China que vive en Puebla o tal vez, a una poblana de cabello chino; o quizás, a una niña que su papá es chino y su mamá poblana o al revés. Pero no es nada de eso. Para los que tengan curiosidad de saber quién fue esta mujer y por qué la llamaron así, siéntense muy cómodos y disfruten la siguiente historia:

Hace mucho, pero mucho tiempo, en la época de la Colonia y cuando el tatarabuelo de tu tatarabuelo todavía ni siquiera llegaba a este mundo, nació la princesa Mirrah en un palacio de la India. Pasaron los días y después, los meses y los años. Los padres de la niña estaban asombrados de que su hija no sólo crecía en tamaño, sino en inteligencia. Era una muchachita despierta y la imaginación se le desbordaba, así que nunca se aburría. Cuando no estaba buscando figuras en las nubes, observaba un batallón de hormigas o imitaba el sonido de alguna ave extraña, mientras movía sus brazos como si fueran alas.

Era la época de los piratas, pero Mirrah sólo había oído hablar de ellos en los cuentos que le contaba su mamá, hasta que un día, mientras buscaba caracoles en la playa, dos piratas con dientes podridos y mirada feroz, se la robaron. Estos malandrines la llevaron a Manila, en las Islas Filipinas y, a cambio de varias monedas de oro, la vendieron a un comerciante que zarpó en la Nao de China, un galeón que viajaba de este lugar a la Nueva España desde 1573.

Después de varios meses de viaje en alta mar, en los que Mirrah no dejó de trabajar en la cocina para ganarse el pan, la nave por fin ancló en el puerto de Acapulco. El comerciante vendió a la princesita a un capitán poblano, Miguel Sosa, quien andaba buscando una esclava para su esposa Margarita Chávez.

La muchachita extrañaba a sus papás y a su patria, aunque el capitán y su mujer eran muy buenos con ella. La trataban como si fuera de la familia. Con ellos aprendió a hablar el castellano y las labores que las jóvenes de aquella época hacían, como cocinar, bordar y tocar el piano. La princesita hindú pronto se familiarizó con los olores, aromas, colores y sonidos de Puebla. Le gustaba caminar por sus calles, oír las risas de la gente y el hablar dulce de los indígenas, como si estuvieran cantando. Le gustaba el sabor de las diferentes frutas, las tortillas y el chile, que a veces la hacía llorar. Pero sobre todo, le gustaba ver cómo las mujeres se arreglaban el cabello con moños y adornaban sus cuellos con vistosos collares, lo que le recordaba a las mujeres de su país.

Un día, mientras paseaban por el mercado, Mirrah llegó al puesto de paliacates y doña Margarita le compró varios. Con mucha imaginación, la joven se hizo una falda con éstos, y como resultó chica, le agregó un pedazo de tela amarilla en la parte de arriba. Le quedó tan bonita, que la gente se la quedaba viendo. Las mestizas, o sea, las hijas de español e india, empezaron a hacerse unas faldas iguales, agregando el toque indígena.

Más tarde, ella hizo otra falda con una fina lana escarlata con figuras geométricas, que cubrió de lentejuelas con una chaquira de cristal en el centro. La belleza de esta prenda dejó a todos con los ojos cuadrados. Mirrah ni se imaginaba que su falda, a la que más tarde se le agregó el escudo de México al frente, se convertiría en el traje nacional de la mujer mexicana, con el que se baila el Jarabe Tapatío. Este traje también lleva rebozo de algodón y seda, una banda para la cintura con flecos y una blusa holgada con bordados en la parte de arriba.

Pero, ¿por qué a esta princesa hindú le llamaban la china poblana, si no era china? En la ciudad de Puebla, a las mestizas, que trabajaban como sirvientas o vendedoras de aguas frescas y que vestían con las faldas inspiradas en las de Mirrah, se les llamaba “chinas”, de ahí, se le quedó el nombre al traje de china poblana y a la mujer que lo creó.

La historia de Mirrah siguió, y todavía le pasaron muchas cosas, tantas, que ya no caben aquí. El que sea igual de curioso que aquella princesa, puedes leer el libro “La leyenda de la china poblana” que además, tiene unos dibujos padrísimos.

La china poblana mezcló sus raíces orientales con las raíces indígenas y mestizas de la Nueva España, y nos dejó un traje nacional precioso que es admirado en todas partes. Pero también nos enseñó a que con imaginación, inspiración y amor, podemos crear belleza.

“A favor de la paz, por un México Unido”.

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