De Monje Benedictino a Rabino Judío Jasídico

Esta insólita historia del monje benedictino que, tras una serie de descubrimientos personales, eligió convertirse al judaísmo y vivir en Israel, me resulto muy interesante y es una traducción y adaptación del periódico The Jerusalem Post, (también se publico más extensamente en Noti-Israel.com).

Calderón, obviamente, ya no parece un monje Benedictino, ahora lleva su enrulada barba balanceándose por debajo de su mentón, y un largo tapado negro jasídico colgando de sus anchos hombros, por otra parte ahora se llama Aarón, y es padre orgulloso de tres niños pequeños. La historia de Calderón es uno de esos cuentos más extraños que la ficción, que se vuelven intrigantes para quienes los escuchan. Afortunadamente, es una historia que a él le gusta contar.

Empieza en una pequeña ciudad en las afueras de Buenos Aires, Argentina, donde Justo Jorge Calderón nació en una familia católica. “Hoy soy un judío muy kosher (puro)”, dice el hombre de 36 años, sonriendo, “pero una vez fui un católico muy kosher (puro)”. Cuando tenía 12 años, cuenta, sus padres lo enviaron a una escuela privada religiosa, en busca de una educación que preferían a la pública. Al poco tiempo, estaba pasando horas extra estudiando con los monjes. A los 14, se unió al seminario pre-misionero. “Yo era joven e idealista”, explica encogiéndose de hombros. Después del High School sintió un fervor religioso cada vez mayor, Calderón fue en busca de las “ancestrales y originales enseñanzas” del Catolicismo. El monasterio Benedictino local le ofrecía la forma más antigua, “más pura” de vida cristiana en la zona. Basada en una orden de 1400 años de historia, y centrada en una gran “villa sagrada”, que se autoabastecía, la estancia en el monasterio implicaba pasar la mayor parte del día en silencio, reflexionando sobre lo Divino. “La palabra ‘monasterio’ deriva del griego ‘monos’, que quiere decir uno, o solo. Los monjes buscábamos al Único (Dios) cada uno por su lado”, explica Calderón.

Todo fue muy bien hasta que experimentó lo que llama “mis dos sorpresas”. La primera le llegó en la biblioteca del monasterio, era de las mayores bibliotecas por la que el monasterio era famoso, cuenta Calderón. De los miles de volúmenes que guardaba, un libro en particular le iba a cambiar la vida. “Un día”, dice, “Me topé con una Hagadá, en español y en hebreo. El libro me atrajo, y lo leí de principio a fin, con asombro”. Al final del Libro, Calderón leyó la plegaria en la que se anhela celebrar la Pascua Judía “el próximo año en Jerusalem- con Jerusalem reconstruida” y se quedó contemplando un dibujo del Tercer Templo.

Calderón se sentó en silencio- no su silencio contemplativo habitual, sino un silencio de estupefacción.

“El Cristianismo”, explica, “ve al Judaísmo como algo de un concepto arqueológico, no como algo que aún sigue vivo, relevante y floreciente… Al ver ese rezo al final de la Hagadá, quedé shockeado pensando en que los judíos modernos alimentan esperanzas en el futuro de la religión.” El descubrimiento sacudió a Calderón, pero todavía no estaba muy seguro de qué hacer con él. Poco tiempo después, experimentó su segunda “sorpresa”, que disparó su búsqueda espiritual en una dirección imprevista. Le llegó en una de sus visitas semanales al abad del monasterio. Al entrar al estudio del abad, Calderón lo encontró absorto en una Torá (Pentateuco) en hebreo. (El abad, después supo Calderón, había estudiado en Jerusalem, y comparaba textos ancestrales). “Me fascinó el idioma”, recuerda. “Quería saber, ¿qué secretos encierran esas letras?”.

En ese momento, la conversión no estaba en sus planes. “Solamente quería saber cómo rezaba Jesús”, dice.

Los viernes por la noche, Calderón comenzó a ir a los servicios de la sinagoga local (“la impresión que tuve fue que era como una iglesia protestante o evangelista”) donde el rabino lo aceptó en las clases de hebreo. Además descubrió una congregación de judíos mesiánicos, y rezaba ahí también.

Así hubo un tiempo en que, recuerda Calderón, solía rezarle a Jesús el viernes por la tarde en el templo, o usaba kipá (sombrerito) en la iglesia un domingo a la mañana. Para él, estos rezos interreligiosos no eran una contradicción.

“Parece extraño”, admite, “pero en ese momento, para mí tenía sentido”. Y explica su concepción de aquél momento “El Judaísmo no era algo externo al Cristianismo, sino parte de él, como un ancestro”. Pronto, sin embargo, algo en los rezos del sábado lo impactó, e hizo tambalear las bases de su fe. Era el pasaje del Éxodo que dice: “Y respetarán los hijos de Israel el Shabat durante todas sus generaciones, perpetuamente. Entre Mí y los hijos de Israel será señal eterna del pacto”… “Esa expresión me partió la mente”, dice Calderón, repitiendo las palabras “Señal eterna del pacto…”…“Eso significa”, dice, “que hay un lazo eterno, establecido por Dios”… ¿Por qué- se preguntó a sí mismo- la Iglesia movió el Shabat al domingo, si no era un día santificado por Dios?

Calderón dejó de ir a la iglesia. “Todo en lo que creía se desvaneció”, dice. Comenzó con las clases para la conversión con el rabino local de Jabad… quien en lugar de darle una calurosa bienvenida a un posible nuevo converso, el rabino, primero, intentó disuadirlo. “Me solía decir ‘¿Por qué querés ser judío’ Tenemos tantos preceptos, cuando los no-judíos sólo tienen que observar las leyes de Jesús. Además, ya sos una buena persona para los ojos de Dios’”. Esto, sin embargo, sólo ayudó a incrementar el deseo de Calderón de convertirse. “Mirá”- comienza a explicar-“en el catolicismo, si no creés en Jesús, no podés ir al Cielo. Pero en el judaísmo, hay un lugar en el cielo para todos, no tenés que ser judío…”. Después de un período de “ver cómo era”, Calderón supo que quería convertirse, y también que quería emigrar a Israel. Al principio, Calderón, que comenzaba a llamarse Aarón, estudió en una escuela para potenciales conversos y pocos meses después, a comienzos de 1999, Calderón conoció al Rabbi Eliahu Birnbaum, y se unió a un grupo dehispanoparlantes. Y a finales de ese año finalizó su conversión.

En Israel, Calderón conoció a una mujer judía que había emigrado desde Rusia con su familia, con la que se casó. En otra vuelta de la vida, la suegra de Calderón conoció a misioneros de la Iglesia Ortodoxa Católica Rusa que estaban en Jerusalem, y se convirtió al Cristianismo. “Las reuniones familiares”, dice Calderón riendo, “pueden resultar muy extrañas”…

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