Cuando los hijos se van

Por Jorge Hugo García Máster de Psynética

Un profundo sentimiento de vacío se queda en el corazón de los padres cuando los hijos se van a vivir fuera del hogar. Por las exigencias de la vida actual los jóvenes en edad productiva se ven impelidos a salir de casa para estudiar o trabajar a veces por largos períodos de tiempo. Pero no todos los padres tienen la filosofía de dejarles volar con sus propias alas.

En muchas ocasiones los progenitores se ven asaltados por el temor acerca de la seguridad y el bienestar de sus vástagos, y con tal de no sufrir el “síndrome del nido vacio” permiten que se queden en casa mucho más allá de la edad adulta, aunque no trabajen ni estudien. El temor dominante que asalta la conciencia de estos padres es el de no haberles preparado para sobrevivir fuera de la seguridad que les proporciona el nido familiar.

Realmente, es la culpa lo que hace que muchos padres continúen manteniendo en casa a sus hijos, muchas veces junto con sus parejas y la descendencia resultante. Entonces se sorprenden cuando los hijos se vuelven desconsiderados, manipuladores, groseros y exigentes, al exigir todas las ventajas como adolescentes incapacitados, para no tomar las responsabilidades de adultos. Y de ahí en adelante, los sufridos padres empezarán a aceptar todas las ofensas, desprecios, vicios y actitudes negativas de los hijos, justificándolas de mil maneras.

Para entonces ya se perdió el concepto de hogar y familia, siendo substituido por el de banco, hotel y restaurant. Y al poco tiempo se empieza a generar entre los actores de este drama, un grave conflicto donde predominan los sentimientos de amor y odio. La tranquilidad se ha perdido, y se sufren los instantes de aceptación por amor, seguidos de muchos momentos de rechazo por desprecio, cuando los dueños de la casa empiezan a reprobarles sus conductas, amistades y hasta sus relaciones de pareja.

El remedio es tomar la decisión de hacer a un lado la culpa y ese amor mal comprendido de los padres, que lejos de lograr una familia estable les llenará de aflicción. Los padres nunca deben sentirse culpables de que los hijos se hayan descarriado, que se hayan vuelto vagos, indolentes e improductivos, porque esta fue su decisión. Las facilidades que se les brindaron pudieron haberlas aprovechado en forma constructiva y superante, pero escogieron la ociosidad y la manipulación cuando se les dio una vida sin esfuerzos.

El amor mal administrado, les resta años vida a los padres que nunca terminan de parir a estos hijos. Los frustrados retoños deben enfrentar su realidad tal como la han escogido, y ganar y perder sus propias batallas, las que solo así les darán la experiencia que les hará madurar. Nunca se les podrá obligar a usar sus propias alas ni modificarán su destino a base de consejos y lágrimas, solo los golpes de la vida les darán ese beneficio.

Estos padres deben modificar su forma de pensar, y para ello deben buscar la ayuda profesional para enfrentar el dolor de la pérdida y el “síndrome del nido vacío”. Su terapia debe estar dirigida a hacerles aceptar que sus vástagos han dejado de ser niños, que han crecido, que tiene ideas propias, y que es enfermizo obligarles a continuar dependiendo de las directrices de sus padres. Y sobre todo: que los progenitores no son culpables.

Los padres deben comprender que los hijos tienen el derecho de formar su felicidad tal como la conciben y no como se les imponga. Y que formarán su entorno de acuerdo a sus conceptos personales de convivencia, los que nunca serán como fueron los de sus progenitores. Deben entender que el amor es dejarles ser como deseen ser, y no como les han exigido ser.

En suma: es dejarlos ser felices siguiendo su muy personal concepto de felicidad. Esta es la primera de las ocho libertades del amor sin sufrimiento.

Sus comentarios: jorgehugo_garcia@yahoo.com.mx. Visite: www.psynetica.com. Gracias.

Jorge Hugo García Valdivia

Doctor en Psicología

(664)-630-0778

Tijuana, B. C. N. México.

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