
Corrección Política
Political Correctness
Es algo muy real. Y, aunque no nos demos cuenta, influye claramente en nuestra percepción de las cosas y en nuestras decisiones. Me refiero a la llamada “corrección política”, una especie de moralidad social de turno que se presenta con rostro ingenuo y bondadoso.
Para el periodista Ricardo Dudda, en su libro “La verdad de la tribu”, la corrección política “define la hipersensibilidad de los estudiantes universitarios, la cultura de la queja y de la susceptibilidad, la discriminación positiva, las series de televisión con minorías raciales y sexuales, la prohibición de fumar en los bares, la imposibilidad de pegar azotes a los niños, neologismos como «portavozas» y eufemismos como «persona de color» en vez de «negro»”.
La califica, entonces, de “nueva ortodoxia asfixiante de izquierdas”. Porque, aunque pueda parecer espontánea, no lo es. La corrección política surge de un pensamiento ideológico minuciosamente elaborado por las élites culturales de izquierda que luego es inculcado globalmente a través de medios masivos, organismos internacionales y aparatos gubernamentales capturados para ese fin, además de una extensa red de ONGs creadas ex profeso.
Lo asombroso es que la corrección política, natural de izquierdas, puede existir (y existe) también en gobiernos de derecha autodenominados “democráticos”. Su misión en estos es sabotear el sistema desde adentro aplicando la conocida estrategia marxista de “agudizar las contradicciones sociales”.
Para eso, se presenta a sí misma como “el intento de corregir desigualdades e injusticias a través de los símbolos, la cultura y un lenguaje más respetuoso e inclusivo” y hasta afirma que aspira a la “protección simbólica de minorías históricamente oprimidas”. Todo un buffet de ambiguos caramelos ideológicos creados para obnubilar la razón.
Sin embargo, el resultado final de la aplicación de sus principios jamás conduce a la utopía prometida. Empiezan reclamando tolerancia y terminan siendo totalmente intolerantes, empiezan demandando libertad y luego instauran control y represión, empiezan hablando de “nuevos derechos” y terminan conculcando derechos fundamentales, claman por pluralidad y terminan imponiendo el pensamiento único.
Su excusa es un supuesto consenso social mayoritario que ellos mismos construyen, publican y promueven, aunque diste mucho de la realidad objetiva. Como la multitudinaria demanda, de más de 1 millón y medio de canadienses, de que acabe la dictadura sanitaria, a la que Justin Trudeau calificó de “pequeña minoría marginal”. Ceguera total autoimpuesta.
Por todo esto, la corrección política no es inocua. Es, probablemente, el mayor peligro que enfrenta la democracia para sobrevivir.
It is something very real. And, although we do not realize it, it clearly influences our perception of things and our decisions. I am referring to the so-called “political correctness”, a kind of social morality on duty that is presented with a naive and kind face.
For the journalist Ricardo Dudda, in his book “The truth of the tribe”, political correctness “defines the hypersensitivity of university students, the culture of complaint and susceptibility, positive discrimination, television series with racial minorities and sexual, the prohibition of smoking in bars, the impossibility of spanking children, neologisms such as «spokeswoman» and euphemisms such as «person of color» instead of «black»”.
He qualifies it, then, as a “new suffocating orthodoxy of the left”. Because, although it may seem spontaneous, it is not. Political correctness stems from carefully crafted ideological thinking by leftist cultural elites that is then instilled globally through the mass media, international organizations, and government apparatuses captured for that purpose, as well as an extensive network of purpose-created NGOs.
The amazing thing is that political correctness, natural to the left, can exist (and does exist) also in right-wing governments that call themselves “democratic.” Their mission in these is to sabotage the system from within by applying the well-known Marxist strategy of “sharpening social contradictions.”
For that, it presents itself as “the attempt to correct inequalities and injustices through symbols, culture and a more respectful and inclusive language” and even states that it aspires to the “symbolic protection of historically oppressed minorities”. A whole buffet of ambiguous ideological candies created to cloud reason.
However, the final result of the application of its principles never leads to the promised utopia. They start demanding tolerance and end up being totally intolerant, they start demanding freedom and then establish control and repression, they start talking about “new rights” and end up violating fundamental rights, they cry out for plurality and end up imposing a single thought.
Their excuse is a supposed majority social consensus that they themselves build, publish and promote, although you were far from objective reality. Like the massive demand, of more than 1.5 million Canadians, for the end of the health dictatorship, which Justin Trudeau described as a “small marginal minority”. Total self-imposed blindness.
For all this, political correctness is not innocuous. It is probably the greatest danger that democracy faces in order to survive.