
Como Escribir Un Libro
VI- Los Escritores y Las Palabras
La palabra nos hace humanos, porque estamos hechos de palabras, donde apoyando la teoría de Einstein, las palabras al igual que el tiempo y el espacio son relativos y al mismo tiempo ilusorios.
Incluso los grandes relatos religiosos utilizan parábolas, como Jesús en el Nuevo Testamento, los Rabinos en el Talmud, los Budistas en el Zen y los Sufíes en el Corán, para presentarlos en forma discursiva, lineal y descriptiva, encarnando el lenguaje vivo, como una evidencia y no como una disquisición.
De alguna forma que todos estamos convencidos que conocemos el significado exacto de cada palabra, pero en realidad ni todos los escritores ni todas las palabras se conocen entre sí. Un buen repaso al diccionario de vez en cuando, nos desvelará que la mayoría de las palabras tienen tal variedad de acepciones y sentidos que debería ser delito usar cada palabra siempre de la misma forma, con solo abrir el diccionario podrás corroborarlo pero, como repito siempre, no lo efectúes mientras escribes sino cuando corriges.
Escribir en forma creadora resulta siempre transgredir, primero cruzar el vacío o “la página en blanco”, para luego, analizar que palabra coincide con las ideas que deseamos transmitir, porque escribir es usar las palabras, volverlas lengua y cuerpo desde su limbo de pretendida indefinición, contaminarlas con las pasiones del escritor, pero también escribir es pactar con el lenguaje que nos precede, nos supera y nos envuelve, dejarse llevar por él y por lo que él arrastra, voces perdidas y lugares comunes, la misma hirviente marea de lo humano.
Muchos creen que solo la poesía es dueña de las palabras, olvidando que las palabras alimentan su propia dialéctica.
Algunos escritores creen que deben recorrer cada rincón del diccionario en busca de esos términos tan rebuscados que solo conocen unos pocos, pero con cuyo uso logran alcanzar distinción y reconocimiento por parte de los lectores. Realmente ocurre todo lo contrario, como un bumerang esas palabras regresan para estrellarse en la frente del escritor, porque el lector notará enseguida que no eres ese erudito que pretendes simular.
Al utilizar palabras grandilocuentes debes hacerlo con mucho cuidado, midiendo las consecuencias y respetando la inteligencia del lector. Recuerda que para los antiguos griegos, la palabra era al mismo tiempo verdad y realidad y no se limita ni se parcializa sino que por el contrario se abre, expande y mantiene disponible para la diversidad, para el cambio.
A todos nos ha pasado alguna vez que elegimos una palabra que nos cautiva y no dudamos en utilizarla tantas veces como el texto se preste a ello, incluso aunque el contexto le sea claramente hostil. Esa palabra que nos cautiva, nos hace cautivos de su uso, pero no cautiva a los lectores, especialmente si se la encuentra varias veces en la misma página, y así página tras página. Suelen ser verbos comodín que se utilizan para todo, o adjetivos que se aplican a todos los personajes o ubicaciones, o coletillas que utilizan tanto el narrador como varios de los personajes (cuando no todos ellos), o tal vez sustantivos como medio alternativo de referencia a un personaje, y que al autor el parecen la única opción posible para mencionar al personaje en cuestión. Creo que es obligación del autor, novel o no, revisar su texto también en este apartado, si bien esta revisión tiene importantes variables subjetivas y no es fácil establecer una norma o regla a seguir.
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Hasta la próxima semana…
Cesar Leo Marcus