Trump y sus cuatro pilares del Apocalipsis migratorio

Trump y sus cuatro pilares del Apocalipsis migratorio

David Torres

Sin duda, la idea de acabar con la inmigración que proviene específicamente de países no deseados por quienes ahora ocupan la Casa Blanca ha sido diseñada con base en la típica perversidad de los regímenes que hacen del aspecto racial la columna vertebral de su ideal de desarrollo demográfico.

Eso lo ha visto la humanidad tantas veces a lo largo de su historia, que verlo de nuevo en un momento en que parecía ya un capítulo superado —sobre todo porque siempre termina mal, hasta derivar en crímenes de lesa humanidad— no solamente indigna, sino que debería poner sobreaviso desde ya a los organismos nacionales e internacionales que abogan por los derechos humanos, antes de que la insania de quienes asesoran a Trump rebase los límites de lo humanamente permisible.

La situación por la que peligrosamente atraviesan en la actualidad las relaciones sociales en Estados Unidos se está convirtiendo en un caldo de cultivo de actitudes y decisiones prefascistas, que tienen su mejor ejemplo en lo que Trump denominó “los cuatro pilares” de su plan inmigratorio durante su primer informe de gobierno el pasado martes 30 de enero.

Esos cuatro pilares del Apocalipsis migratorio de Trump lo definen como persona y como seguidor de una línea racial tan evidente, que los antropólogos y demógrafos del futuro se preguntarán seguramente cómo fue que se permitió el paso a una barbarie de tal magnitud en pleno Siglo XXI sin que hubiera instancia alguna que la detuviera por simple humanidad y sentido común, sobre todo cuando tiene todo el perfil de ser una especie de “limpieza social” disfrazada de política migratoria.

Así, el “intercambio” de regularizar a 1.8 millones de inmigrantes que cumplan ciertos “requisitos” (y tengan la paciencia de esperar entre 10 y 12 años, claro) por multimillonarios fondos para el muro fronterizo y más agentes, no es más que un chantaje descomunal en el que, como siempre, imperará la nobleza del inmigrante y sus múltiples sacrificios; el terminar con el programa de lotería de visas, promoviendo un subjetivo sistema de “méritos” con base en el que “mejor gente” llegue al país, indica que sólo les faltó agregar que el solicitante “apruebe genéticamente”; y el poner fin a lo que este régimen llama despectivamente “migración en cadena”, solo es para poner trabas, por supuesto, a la reunificación familiar de las millones de personas que ya están aquí, en el país que llaman hogar y el que los ha adoptado durante décadas, sobre todo aprovechando sus aportaciones tributarias.

Todo eso, para los seguidores y defensores a ultranza del “trumpismo” —sobre todo sus voceros que participan en programas noticiosos, tanto en inglés como en español—, suena muy “lógico y bien concebido”, como una especie de dádiva de consolación de quien sólo ha mostrado desprecio por los inmigrantes de color. Sin embargo, ese paquete migratorio con sesgos francamente racistas, pone en riesgo a millones de personas que han hecho vida y familias aquí, buscando el mejor porvenir con base en el derecho a emigrar que le asiste a todo ser humano.

Este búnker ideológico que han creado quienes gobiernan desde la Casa Blanca, y con el que tienen controlada a la parte más recalcitrante y puritana de la derecha y de la sociedad estadounidense, se está convirtiendo en el preámbulo de un neototalitarismo a la americana de insultantes proporciones.

Una querida amiga alemana solía contarme cómo su generación, hacia la década de los 30 del siglo pasado, no creía que en su país fuera a pasar algo malo con el ascenso de un tal Adolfo Hitler a instancias importantes de poder, y que aun cuando había señales de prefascismo, había al mismo tiempo una sensación de tolerancia, de que eso iba a pasar pronto.

“Creíamos saber cómo se desarrollarían las cosas, pero tal como en realidad siguieron… es imposible que un cerebro normal se hubiera podido imaginar una cosa así”, me contaba Mariana Frenk-Westheim, escritora y primera traductora de la obra de Juan Rulfo al alemán, durante una entrevista publicada hacia 1990 en la Ciudad de México.

Esa sensación de tolerancia hacia esta nueva barbarie por parte de ciertos sectores sociales y políticos en el Estados Unidos contemporáneo regido por Trump es la que sorprende y atosiga al mismo tiempo, la que incomoda y produce asco, más que temor.

 

David Torres

David Torres