¡Caso Cerrado!

¡Caso Cerrado!

Pláticas entre Padres...

Los niños no aprenden a decir la verdad de la noche a la mañana. Poco a poco se dan cuenta que en esta vida más vale decir la verdad que vivir en la mentira. Es un proceso de toda la vida, y ¡cuánto nos cuesta vivir en la verdad! Preferimos la pequeña satisfacción de vivir cortos momentos de mentiras.
En cierta ocasión mi niño me asombró con su creatividad al crear un juguete fuera de serie. Muy orgulloso de su creación, me dijo, “Mira esto”, y lo echó a correr. Era un pedazo blanco de empaque. Ese material que viene en las cajas para proteger cosas delicadas. Tiene diferentes nombres en diferentes países: tecnopor, isopor, icopor, estereofón, corcho blanco. Lo vemos hasta en los vasitos desechables de tomar agua (de paso, hay que reciclar este material). El pedazo de este juguete era rectangular, como de seis pulgadas y tenía una hendidura por un lado. Pues este pedazo de icopor parecía marchar por su propia cuenta. Con tan solo darle un pequeño impulso, ¡el pedazo se desplazaba por el suelo como por magia! ¿Dónde estaba el secreto de este aparente milagro? Pues el ingenioso jovencito había pegado con cinta un pequeño carrito de cuerda dentro de la hendidura del icopor. De tal modo que el carrito quedaba escondido dentro del icopor, tanto así que ni se veían las ruedas del cochecito. Yo le celebré su creación como algo muy bien pensado… pero le faltó pensar que su pequeño invento se le tornaría en una de sus primeras luchas de conciencia. Nunca se me ocurrió preguntarle de dónde se había conseguido el pedazo de icopor. Pocos días después se me acercó con el juguete en mano, y me dijo, “tengo que decirte la verdad: este pedazo de icopor lo saqué del empaque de tu micrófono.” Casi me caí de la silla. Tengo un micrófono de estudio, de buena calidad, y siempre lo tengo protegido en su caja original. En un momento me sentí abrumado por sentimientos encontrados: enojo, pues le había dicho que no se metiera con el micrófono; pena, porque obviamente le remordió su conciencia por desobedecerme. No sabía si gritarle y castigarlo, o abrazarlo y perdonarlo.
Dios sí supo lo que tenía que hacer. Buscó a nuestros primeros padres cuando cometieron el primer engaño, vivieron la primera mentira. Los encontró escondidos y con justificativos preparados. Pero Dios no les prestó atención. Él mismo sacrificó un cordero inocente, y con sus pieles cubrió el engaño y la mentira de sus hijos. Luego les prometió que el caso de ellos se ganaría por un propio descendiente de la mujer, la presunta culpable. ¡Qué manera tan amorosa de redimir, de perdonar y reconquistar lo perdido! ¡Uno nacido de ellos se presentaría ante Dios a favor de ellos, para devolverlos a su hogar perdido! Así es como Dios trata con nuestra culpa. La coloca en el cuerpo de Jesucristo. Quita nuestro pecado, y nos obsequia la vida eterna. ¡Caso cerrado!

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