Bienvenidos a la cultura de la cancelación

Bienvenidos a la cultura de la cancelación

Welcome to Cancel Culture

Se va haciendo claro para el gran público que algo sospechoso está pasando. Detrás de ese disfraz buenista de “amor”, “tolerancia” y “no discriminación” se transluce cada vez más, en todas partes, un totalitarismo progresista que busca una furiosa censura de todo aquello que no concuerde con los dogmas del pensamiento único, la corrección política, las sectas LGTB, el feminismo radical o hasta de algún remoto grupo animalista.
Esto lo sabe muy bien Emmanuel Cafferty, latino de San Diego, California, que fue recientemente despedido de su trabajo sólo porque un desconocido dijo en las redes sociales que le vio haciendo un gesto racista.
Pero lo saben, mucho más, figuras como Kevin Spacey, Alec Holowka, Bret Easton Ellis y una larga lista de hombres borrados del mapa por el ciclón #MeToo que suele no discriminar entre culpables e inocentes, y que impele a las masas a actuar bajo la presunción —a priori— de culpabilidad.
Las redes sociales no han tardado mucho en unirse a la moda de la cancelación. Twitter rompió recientemente su neutralidad empresarial para asumirse el derecho de censurar lo que, a su criterio, considera “fraudulento” (actuando inclusive contra el propio presidente Trump). Facebook, forzado por la baja publicidad, ha anunciado también “nuevas políticas de control de contenido” (léase censura). A lo que Tara Hopkins, directora de Instagram, ha agregado: “No permitiremos ataques contra personas por su orientación sexual o identidad de género”.
La corriente tiránica ha llegado inclusive al ámbito editorial. En junio, Amazon censuró la publicidad del libro de Abigail Shrier “Daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras niñas” —una profunda investigación de los daños médicos y psicológicos que produce la quimera transgénero, el bombardeo hormonal y la mutilación genital en adolescentes y mujeres jóvenes—, por no concordar con su ideología progresista.
En conclusión, sufrimos hoy, en pleno tiempo de democracia occidental, de persecución virtual, censura de la libertad de opinión, censura de libros y hasta de cómo criar a nuestros hijos, por hordas viscerales, carentes de solvencia pensante, y muy fáciles de ser manipuladas y azuzadas mediáticamente.
Todo esto lo resume claramente Javier Benegas, en su libro “La ideología invisible: Claves del totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales” (2020): “La corrección política se ha convertido en la mayor amenaza para la libertad desde la eclosión de las ideologías totalitarias en el pasado siglo XX”. Bienvenidos a la cultura de la cancelación.

 

It is becoming clear to the general public that something suspicious is happening. Behind this fawning disguise of “love”, “tolerance” and “non-discrimination”, a progressive totalitarianism is increasingly evident everywhere, seeking a furious censorship of everything that does not agree with the dogmas of single thought, the political correctness, LGBT sects, radical feminism or even some remote animal group.
This is well known to Emmanuel Cafferty, a Latino from San Diego, California, who was recently fired from his job just because an unknown person said on social media that he saw him making a racist gesture.
But figures like Kevin Spacey, Alec Holowka, Bret Easton Ellis and a long list of men wiped off the map by Cyclone #MeToo who know that they do not discriminate between guilty and innocent, and who impel the masses to act under the law, know much more. the presumption – a priori – of guilt.
Social media did not take long to join the cancellation trend. Twitter recently broke its business neutrality to assume the right to censor what, in its opinion, it considers “fraudulent” (even acting against President Trump himself). Facebook, forced by low publicity, has also announced “new content control policies” (read censorship). To which Tara Hopkins, director of Instagram, has added: “We will not allow attacks against people for their sexual orientation or gender identity.”
The tyrannical current has even reached the editorial level. In June, Amazon censored advertising for Abigail Shrier’s book “Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Girls” —an in-depth investigation of the medical and psychological harm that transgender chimera, hormonal bombardment, and genital mutilation produce in teens and young women—, for not agreeing with their progressive ideology.
In conclusion, we suffer today, in the midst of western democracy, virtual persecution, censorship of freedom of opinion, censorship of books and even how to raise our children, by visceral hordes, lacking in thinking solvency, and very easy to be manipulated and encouraged by the media.
All this is clearly summarized by Javier Benegas, in his book “The invisible ideology: Keys to totalitarianism that infects western societies” (2020): “Political correctness has become the greatest threat to freedom since the emergence of ideologies totalitarian in the past XX century.” Welcome to cancel culture.

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