“¿Acaso no pueden encontrarse en la mitad?”

“¿Acaso no pueden encontrarse en la mitad?”

“Es que este señor me vendió un coche que marchó por apenas diez minutos. Después se apagó y no volvió a funcionar. Todo había quedado descompuesto: la bomba de agua, la batería, y no sé qué otras cosas más. ¡Es como si le hubiera tirado $1,200 dólares por puro gusto!” Estábamos en la oficina del avenidor. Él trataba de lograr que las dos partes llegaran a un acuerdo. Ahora se dirigió al presunto vendedor. “Y usted, ¿qué tiene que decir ante lo que dice la señora?” “Bueno, es que yo ni conozco a esta señora, es la primera vez que yo la veo en mi vida. ¿Cómo es posible que yo le vendiera un coche, si jamás la he visto? Yo no le vendí ningún carro a la señora”. “¿Es cierto, señora?” preguntó el avenidor. “Pues a este señor, pues nunca, pero fue Lucho que me vendió el coche”. “Usted conoce a Lucho, señor?” “Sí, Lucho es un asociado que trabaja ahí conmigo. Los coches que él vende son suyos, no míos”. “Pero este coche tiene su nombre en el recibo de la compraventa”. “Es porque yo soy el dueño del negocio, pero no de todos los coches que vendo”. “¿Ya ve?” interrumpió la señora. “Todo lo que tienen ahí es una estafa. Es así como se aprovechan de la gente.” “Bien señor, ¿usted qué le ofrece a la señora para resolver el caso en vez de presentarse ante el juez?” “Pues la mitad; con un adelanto de $300 hoy mismo”. “¡No! Yo no puedo aceptar esa miseria. Que me lo pague todo”, replicó la señora. “Y, ¿acaso no pueden encontrarse en la mitad?” preguntó el avenidor…
En el tribunal de arriba no hay tal cosa como encontrarse en la mitad con Dios. Es decir, que Dios paga la mitad de lo que debo, y yo con mis esfuerzos y buenas obras pago la otra mitad. Con la justicia de Dios no nos podemos encontrar en la mitad. La Escritura nos asegura que “todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia” (Isaías 64:6). A Dios le debemos no sólo la vida, sino también la paga por todas nuestras hipocresías, falta de amor, fingimientos, odio al prójimo, desprecio de la gracia y misericordia de Dios. Y no podemos pagar, ni un centavo. Ni con las buenas intenciones, ni con nuestras mejores obras. Aún menos con una vida desenfrenada. Pero sí hay uno que pagó todo, y a nuestro favor. El castigo de nuestra muerte la pagó Él con su muerte. La vida de perfecto amor que debemos vivir, ya la pagó Él con su vida de amor infinito, hasta por el más perdido pecador. Esas son las buenas nuevas de Jesucristo. “El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia” (Tito 3:5). ¿Aún piensas encontrarlo en la mitad? Mira, que Él bajó del cielo y te encontró en una cruz…
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